martes, 29 de marzo de 2011

Sombra y son

Hoy, aunque hace poco entró la Primavera, tengo el alma llena de Otoño. Y cuando tengo el alma llena de Otoño, el alma se me va buscando su igual por las calles de Sevilla, para encontrar su sitio.


Hay un lugar en Sevilla donde todo el año es Otoño. Bueno... todo el año no. El tercer Sábado de Mayo la Primavera, plena de flores y con destelleos de plata, se apodera del lugar... Qué milagro de primor infinito... Qué dulzura de Primavera sobre Otoño la de aquel Sábado...


Pero el resto del año, todo el año, en mayor o menor medida, a veces por la climatología, la mayor parte de las veces por el propio estado del alma del transeunte, es Otoño. Otoño sombrío a veces. Dulce y cálido Otoño otras.


El Otoño de aquel lugar no es un Otoño cualquiera. No en vano, allí se fabrican y funden todos los lubricanes de la ciudad, que son como pequeños Otoños diarios, como el Otoño de cada día. A veces el Otoño suena allí como una viola en el alma. Otras como un violonchelo, derramando sus notas profundamente, calando hasta los tuétanos de los huesos. Otras, si estás atento, puedes escuchar desde una ventana o un balcón, el eco lejano de un piano que no se ve, pero se intuye. Todo es según le dé a un viejo que se sienta cada tarde en la Plaza a hacer lubricanes con hilos de luz naranja y a tornasolar el pecho de las palomas zuritas con sombras y luces violáceas, mientras las agasaja y les echa de comer mijitas de pan candente.


Fíjate si tiene arte el viejo, que hasta la Plaza lleva su nombre...


Pero otras veces, cuando el viejo también tiene el alma llena de Otoño, o cuando se le inunda de Primavera el tercer Sábado de Mayo, en aquel lugar sólo suena una campana. Un oso panza arriba gruñendo desde la torre de la Iglesia, verdadera Catedral de un País en Eterno Otoño.

Suena... y cuando suena, te llama, hablándote de cosas que crees que nadie sabe... tan sólo tú... y ella. Te empapa, te cala, te llega hasta lo más profundo del alma, más que cualquier otro instrumento que se haya inventado o que inventarse pudiere de aquí en adelante.


Esa torre, al contrario que la Giralda, nació cristinana, pero parece mora. Que yo sepa, sus campanas no tienen nombre, como cada una de las de su hermana primogéita de la Plaza Virgen de Los Reyes. Tampoco es tan esbelta como ella. Pero te habla al alma, al fondo del alma, cuando tu alma está entre penumbras, llena de Otoño.

Parte el cielo de su País en dos mitades, imponiéndose al firmamento altiva, como una fortaleza inquebrantable. Pero al darle el sol en el viejo lomo, cubre al barrio con su sombra protectora, y te hace sentir seguro, porque sabes que nada escapa a su tutela.




Yo no digo que tú seas la mejor del mundo;
la más alta, la más bella ni la más gallarda.
Pero suenas y me llamas a sombras profundas
que guardo en el alma.

Cuando el alba se compone en Santa Rosalía,
-celosía centenaria: cielo, nube y rama-
tu figura incontenible de mora y cristiana.
Sombra y son. Torre y campana.

La Gavidia es la frontera del Eterno Otoño,
de las sombras de Sevilla, de las tardes largas,
de los soles que se mueren siempre en San Lorenzo,
de sonoros muecines que al romper al cielo
son moras cristianas.
Sombra y son. Torre y campana.

Yo no digo que tú seas la mejor del mundo;
la más alta, la más bella ni la más gallarda.
Yo te busco porque sabes de sombras profundas
que oculta mi alma.



Lo siento... pero hoy tengo el alma llena de Otoño.

viernes, 25 de marzo de 2011

Merece la pena

         

Boceto para la coreografía IF YOU BELIEVE


            Mañana va a parecer un príncipe. Un faraón de Egipto con toda su magnificencia, aunque a él le sobra todo eso. Sólo le basta una buena canción para bucear en su propio “yo” y lograr comunicarse con él mismo y con el cosmos de lo no inteligible como ni usted ni yo (y eso que llevo décadas intentándolo) podríamos siquiera imaginar.

            Nació, inalienablemente, para bailar. La Danza es su vida. El movimiento su arma de libertad. La libertad, su única patria. Ama los caballos. No entiende por qué, pero el arte lo llama poderosamente. Se le abre el alma cuando escucha a Camarón, a Witney Houston o a Sergio Contreras, y en su carpeta guarda celosamente láminas con pinturas de Miguel Ángel, fotos de Danza y caballos… muchos caballos.

            Pudiera parecer, a simple vista, que vive aislado de lo que le rodea. Eso es lo que dijeron los médicos, los psicólogos, los pedagogos, los logopedas… en fin, todos esos profesionales que conocen a la perfección los patrones estándares de la conducta de las personas.

Pero mientras más lo observo, más convencida estoy de que su aislamiento es, más que un muro impuesto por el lastre inquebrantable de la discapacidad, una manera de alejarse del mundanal ruido de una sociedad que no va con él. Una manera de ser él mismo, sin aditamentos ni artificios. Un camino hacia su propio ser, desde el que sí puede ver y conversar con todo lo que le rodea. Con el cosmos, con la Naturaleza, con la Danza, con la Música y el tempo del mundo, conmigo y contigo, si sabemos y queremos escucharlo, y con el alma de los caballos. No es prosa lírica: yo lo he visto. Lo he visto con mis propios ojos hablar sin palabras con un caballo, y el caballo lo entendía, y le sonreía, y le amaba.

            Quizá es que la mayoría de las personas somos menos sensibles que los caballos, nos comemos más el tarro con tonterías y no sabemos, no queremos o algunos no podemos entender la cosmología de las cosas sencillas, necesarias, auténticas… y al que no comulga con ruedas de molino, le endilgamos el adjetivo.

            Hace tiempo que no intento que siga mis coreografías a pie de letra. Y a veces lo consigo sin intentarlo… pero ¿para qué?… si me encanta ver cómo las revienta. Si cuando las revienta las coreografías mejoran enteros. Nació libre sin remedio y sin propósito de enmienda. Ponerle trabas es perder algo de esa genialidad natural. Le doy cuatro ideas, que hacemos juntos. Luego lo dejo desarrollar. A veces no hace falta que se las dé: él me las birla directamente, sin pedir permiso. A veces es él el que me da ideas, que yo desarrollo en mis improvisaciones. A veces es un movimiento de alguno de los otros bailarines, o un paso concreto de un baile, que le llama la atención y embebe como una esponja, matizándolo con su forma esencial de moverse y de bailar, su técnica, su estilo, su idioma.

            Cuando baila, baila desde dentro, por necesidad vital, por instinto humano. No busca el aplauso, aunque cuando termina, una alegría inusitadamente penetrante lo embarga por completo, y, al comprender que tú también te sientes igual que él, su semblante se le ilumina, y a veces se acerca a ti, emocionado, a darte un abrazo.

Se ha producido el milagro. La habitación se transforma en un templo donde la Danza en estado puro no necesita altar ni mesa, porque lo inunda todo.

Quizá por eso, cuando me propuse hacerle otra nueva coreografía, escogí una pieza de música soul, de Witney Houston y Maria Carey, que habla de los milagros y posee la nobleza y la frescura de un caballo grande galopando libre con la crin al viento.

La coreografía, If you believe (Si tú lo crees), lleva ya va para dos años en repertorio. Se estrenó, como casi todo, en una ocasión pequeña, con un público pequeño, en petit comité y entre casi conocidos, en un pequeño escenario efímero, y con un presupuesto en indumentaria no ya pequeño, sino inexistente.

Es el día a día de una compañía de Danza que hace tiempo rehusó llamarse como tal para no perder sus señas de identidad como grupo de personas que bailan, que no maquinaria pesada para reproducir coreografías. Personas a las que, si no cribamos por grado de discapacidad, menos podemos éticamente cribar por el grado de posibilidades económicas. No sería ni justo, ni coherente, ni tendría ningún sentido, ni pedagógicamente ni desde el plano artístico. Hay poco, y son muchos… y los atrezzos se simplifican, se apañan y, si se pueden fabricar a mano, o reciclar atrezzos existentes ya, mejor que mejor.

Pero mañana vamos al Álvarez Quintero (puntero, puntero), convidados por otros compañeros de otra Compañía de Psicodanza, y hacía tiempo que queríamos darle un poco de color y de vistosidad al baile… Y dicen que la ocasión la pintan calva. Cuando te mira la diosa fortuna, en forma de providencial papel moneda, no puedes “dejarlo para luego”. Para luego, lo necesitarán otros, y ya no habrá ocasión ni opción de mejora.

Y así es que llevo una semana y pico de tienda en tienda, buscando telas, buscando lazos, cintas al bies, lentejuelas de colores, entretela... para hacer un milagro sobre el milagro.

Jornadas interminables, desde las seis y media de la mañana que salgo de mi casa hacia el trabajo hasta la hora en que Dios quisiera que encontrara lo que buscaba, y si no lo encontraba, había que dejar lo que fuera al día siguiente, de trabajo, de lo tuyo o de lo ajeno, porque esto urgía, y había que encontrarlo.

Haciendo bocetos en cualquier sitio, comiendo lo que podía, cuando podía y donde podía (adaptabilidad franciscana: comía como vestía y vestía como podía), faltando a las clases de la carrera de Danza, a las de Contemporáneo, a la reunión de la priostía de la Pastora, a las sesiones de electroterapia para la tendinitis del hombro… y postergándolo todo: viajes, compras, limpiezas a fondo, visitas a la biblioteca, reuniones de la tertulia literaria… TODO.

Al principio se te hace un mundo dejar de pensar y centrarte en ti, en tus responsabilidades, tus problemas, tus necesidades y tu manera de llevar las cosas “a tu manera”. Te sientes agobiada, asfixiada por la circunstancia y desplazada por la urgencia de cosas que nunca son para ti.

Pero, al cabo de un tiempo, merece la pena.

Como mi compañero de fatigas, creo que estoy aprendiendo a escapar del mundanal ruido de una sociedad que a mí también me da tres patadas en las costillas, aunque en no pocas ocasiones me encuentre aprisionada en la tela de araña de sus vanidades.

Una sociedad digital donde todos tenemos que tragar con ser o unos o ceros, para que al de al lado le suene todo de p.ost m.eridian. Una sociedad en que vales lo que crematísticamente puedan ganar contigo o a tu costa, y existes solo cuando a la sociedad le conviene y en la manera en que le conviene.

Hoy en día no se esconden las diferencias. Se ignoran, que es peor. Se camuflan, o simplemente se pasa de ellas. De las diferencias y de las personas que la tienen. Lo sé por experiencia. Lo he vivido mil veces en primera persona.

Quería ir a Jerez el pasado Sábado. Tenía que hacerlo para buscar un zapato de baile a la medida de mis cansados y maltrechos pies. Mis pies son la historia de otro milagro, si es que al amor, a la vocación, y a la providencia, se les puede llamar así. Nunca llegaré a saber cómo me enamoré de la Danza teniendo unos pies tan deformes, tan anchísimos y tan sensibles que cualquier cosa me hace polvo si no la planta, los dedos, si no el talón, si no el tobillo y si no el pie entero. El caso es que, con el pie tan difícil, me tengo que probar el zapato antes de llevármelo. En Sevilla no existe en almacén ninguno de los modelos del ancho, altura y largo que a mí, supuestamente, me hacen falta. Se vende poco, con lo cuál no se trae, y si se trae se trae apalabrado.

De camino, pensaba hacer algo de turismo. Caminar por las calles de Jerez y, ¿por qué no?, escuchar a Javier Ruibal y a Glazz en directo, que tocaban el pasado Sábado por aquellos lares.

Pero no… no fue el fin de semana pasado, porque el fin de semana pasado me lo pasé entero buscando telas para el traje de egipcio y corales para el Zorongo Gitano, que lo interpretan otros dos chavales de la Compañía.

Sigo sin poder ocuparme de encontrar unas zapatillas de punta, y de comprar ese maillot, de arreglar el cuarto del ordenador y el dormitorio, y de hacer limpieza en el ordenador.

Pero merece la pena.

Hoy mi cuerpo ya no da para más. A última hora de la tarde se terminaron los últimos retoques del traje de egipcio. La falda del Zorongo estaba cosida desde ayer. La pobre mía está ya más vencida que mi corazón, pero una noche más saldrá a escena y hará el apaño. Quedé en ir al centro a buscar unas licras, pero no me ha dado tiempo. Quizá mañana, en vez de buscar mis zapatillas de punta y un modelito para que no se me caigan las manos el Domingo de Ramos.

Vuelvo a casa. Estoy derrotada. Pero ya todo está preparado. Se hizo el milagro… de nuevo. Siempre pensé que la Danza, cuando nace en el alma, y cuando se expande por el viento, tiene algo de sobrenatural, de milagro.

Y sé que no habría habido milagro si no fuera por unas cuántas compañeras. Unas, han montado el traje en tres días, y en una semana de vértigo. Otras han tomado las riendas de las labores organizativas. Y otras han tranquilizado a los chavales (y a la coreógrafa de los chavales) contando chistes cuando los ensayos se hacían penosos y cansinos, y mis ojos parecían salirse de las órbitas, ya por el cansancio, ya por los nervios.

Más allá de San Isidoro del Campo, sé que está todo lo demás. El mundo que rechaza mi compañero autista. El de las academias de baile carísimas repletas de niñas bien que bailan por pasar el rato y de paso -de paso- se sacan la carrera de Danza, como el que se bebe una cerveza en el Gambrinus… por pasar el rato con la amigueta de turno. El de las puertas cerradas. El de las medias sonrisas y las palabras vacías en tibio tono de contestador automático. El de las palmaditas en la espalda. El del “vuelva usted mañana”. El de las monas que se disfrazan de seda o las disfrazan de seda. El mundo alineado y alienado en que pretende engarzarnos la sociedad en que nos ha tocado vivir.

La superficialidad de un ambiente al que quise pertenecer un día por amor a la Danza, y que con el tiempo y las vivencias adquiridas, se fue desnudando ante mí para dejar al aire sus vergüenzas, sus juegos de poder y su maquillado vacío de valores y, sobre todo, de materia sensible, de humanidad, de persona.

Un mundo al que le falta danza, Danza pura, locura del alma, y le sobran estrategias de poder y mercadeo de voluntades.

Un mundo en que siempre he sido una extraña. La rara. El mundo de la gente segura de sí misma que consigue lo que quiere cuando quiere, y maneja el cosmos que le rodea a golpe de bolsillo y de “porque sí, porque yo lo mando, que estaba antes que tú”. Lo maneja, o al menos, lo cree manejar.

Camino lentamente. Me he quedado dormida en el viajero de Santiponce. Debo de tener una estampa bastante rara, quizá de persona poco recomendable, de quinquilla o de “tocada”. Por algún sitio me tiene que salir la beta bohemia de los artistas.

Saco mi MP4, me coloco los pinganillos y me pongo a escuchar música. Desconecto. ¿Por qué será que siempre abre por algún tema de Alameda?. Suenan los “platillos volantes” del principio de Urbana, princesa en flor.

… Mira: la luna cambió.

Mi luna cambió de cuarto.

El azahar ha roto un año más en mi ciudad. Sevilla está repleta de flores blancas.

Mañana, mientras Fray Ricardo esté engarzando poemas y alabanzas a mi Divina Pastora de San Antonio, yo estaré en el Álvarez Quintero, con mi Compañía, con tres de mis bailarines.

Uno de ellos, estrena indumentaria.

Horas de ensayo, noches casi en vela, y unos nervios que me comen viva. Frustraciones, desengaños, luchas y combates. Ramalazos bohemios de la que nunca quise dejar de ser.

Besos, abrazos, mucha mierda.

La suerte está echada. Ahora sólo queda que ellos salgan a bailar y que Dios reparta suertes.

Entre bambalinas, volveré a musitar el “Salve, Fuente de la vida” y el principio de la Consagración Calasancia.



Merece la pena.



Gracias, Manuel, porque probablemente sin darte cuenta, me terminaste de convencer de lo que estaba haciendo con las tres palabras que encabezan la entrada: Merece la pena.

jueves, 24 de marzo de 2011

El dialecto de los parias

No cabe duda... hablamos un idioma propio, un dialecto que pasa desapercibido para todos los demás, pero que cuando llega a nuestros ojos, a ojos de otro paria cualquiera, sabemos reconocer.

Son vivencias, sentimientos, deseos, costumbres, coletillas al hablar... miles de detalles, y miles de maneras de expresarlos.

Esta sociedad que nos ha tocado en suerte no es del todo mala... pudiera ser, tal vez, peor. Pero deja ciertos huecos, ciertos "agujeros negros". Un paria es el que queda en ese agujero negro.

En realidad, los parias no existen para la sociedad. Esa es quizá la definición que se me hace más certera del término. Un paria es aquel que vive entre la gente en un determinado lugar, pero sin existir socialmente, sin ser socialmente reconocido en todo su ser personal.

Al paria se le llama, se le reclama, se le pide... y hasta se le da (no lo que necesita, pero se le da). Pero no existe. No existe porque los demás, la sociedad, ha creado una envoltura decorada sobre ellos, para poder creer que son como a ella le gusta, o le conviene, que sean.

Interiormente, el paria, claro está, sí existe. Y por eso precisamente es un paria. Un paria inadaptado permanente y eternamente, desde el día que tuvo consciencia de su "ser social" y del natural.

¿Por qué la sociedad hace parias?. Pues eso sí que no lo sé. Y créanme: me encantaría saberlo. Probablemente porque unos errores han de tapar otros. Si todo fuera perfecto, no habría parias, pero como falta "mano de obra barata" para tapar las chapuzas de otros, que a la vez tapan las de otros y otros... al final de la cadena siempre tiene que haber un paria, un desarraigado al que arraigar dónde, cómo y cuándo nos haga falta.

Y a quien le toca, le toca si hay quintada ser el quinto... como decía Jorge Cafrune (el de Marito).

Es curioso cómo a veces, en nuestro destierro sentimental de todo lo que amamos -injusto y terrible destierro el que te desgrana de tus ilusiones y expresiones más íntimas- encontramos una especie de espejo por el camino... y, extrañados, casi exclamamos: ¡Uy, mira... otro paria!.

Y sí... otro paria. Con otras razones, con otras guerras perdidas y otro bajage de sueños rotos. Con otra apariencia y expulsado de otro paraíso, pero al fin y al cabo, otro paria.

Lo intuimos... lo olemos. Sabemos perfectamente a lo que se refiere el de enfrente sin tener por qué conocer ni su nombre ni su gracia (ni siquiera su desgracia). Es normal: hablamos el mismo idioma. Un dialecto que pasa desapercibido para los demás y que sólo cobra significado a nuestros ojos, a los ojos de un paria.

Entonces el alma te da un vuelco y las heridas que de podridas, de purulentas, ya ni siquiera sangraban, vuelven a manar sangre y lágrimas.

Yo, mi querido paria recién nacido al absurdo de la nada, también he llorado en seco. También he querido ser sólo el murmullo del viento. Ni eso siquiera... Mejor el silencio. Pero nadie puede convertirse en viento.

Hay, sin embargo, dos cosas que le quedan al paria: la caricia de consuelo dulce que Abril estremece en su brisa y acuna Mayo, y el sueño de la Tierra Prometida.

La primera es bálsamo de todas las heridas y cicatrices que te llevaron a ser paria.

El segundo puede llegar a ser un martillo que te golpea incesante la esencia misma de tu ser más íntimo, llegando a atormentar lo poco que de paz te queda. Pero te hace sentir que, a veces, sigues vivo, y te da señas de que, por encima de paria, eres tú, como eres, como tú eres... aunque por ser como eres la sociedad de haya dejado en el agujero, y sientas, hables y te expreses como los parias... Como lo que eres.

Mejor ser paria que ser borrego...

lunes, 7 de marzo de 2011

NO HABÍA PALOMAS BLANCAS. Mi Pastora de San Antonio de Rosario a los Humeros

Como una paloma... blanca... arrebolada. Tan etéreamente terrena como el aleteo de sus alas cuando alza el vuelo. Tan cálida como su arrullo, cuando el sol choca de lleno en el suelo añejo de su terruño.


Como una paloma blanca, matizada por los rayos del mediodía, que hacen cálido el blancor almidonado de los buenos sueños de Sevilla.

Como una paloma.

Como una paloma blanca, no zurita, ni siquiera gabina, de esas que tanto abundan por su barrio.


La puerta de la Gavidia está flanqueada eternamente por los centinelas del barrio. Da igual que a Daoiz lo llenen de pinchos hasta las orejas... Ellas están en su sitio. Son herederas del noble linaje de las bravías... y como bravías que son, no abandonarán la plaza.

Son azules, grises, negruzcas, ensombrecidas. Quizá a fuerza de tanto surcar el cielo del barrio de parte a parte, fue éste el que las pintó de otoño, en perfecta consonancia con sus calles, con sus gentes... con esa secular sobriedad otoñal de San Lorenzo.

También hay algunas pardas, de las que los palomeros llaman bayas. A mí me gusta pensar que esas son de San Antonio, o de Santa Rosalía... y por eso van vestidas con hábitos franciscanos, del color del pan horneado, cálido de barrio y de fuego bien temperado, recién salido de la tahona.

Van de la Gavidia a la Plaza, de la Plaza a la Gavidia... Algunas se cuelan, quizá perdidas o por un instante desorientadas, por la calle Baños; y otras se pierden por la Concordia hasta la Plaza del Duque, donde nunca les falta un alma caritativa que les haga caer algunos granos de arroz inflado, o “gusanitos” de maíz.

Pero las palomas son palomas... y, como las palomas, siempre vuelven.

Han estado siempre allí... Vieron llegar al Señor y al Traspaso, al Rey con Rocamador, a Fray Isidoro, a Fray Diego y a la revolución del 68, a la Soledad, a la Palma, a San Antonio y a San Francisco... y a María Auxiliadora con su cohorte de salesianas. Y por más que el Ayuntamiento intente quitarlas de en medio, allí han de seguir, quizá hasta que San Lorenzo sea solamente un barrizal de recuerdos conclusos y  dormidos, perdido en lo arcano de la historia de Sevilla.

Son tan de San Lorenzo como las propias paredes del barrio, como las vencidas acacias de la Plaza, en cuyos huecos anidan, como la vieja torre de la iglesia, mora y cristiana, que parte el cielo del barrio en dos mitades. Se bañan y beben en la fuente que el Ayuntamiento puso hace poco en la Plaza, para aliviar la sed momentánea y la calor estival de lorentinos y transeúntes, porque ellas saben que son las dos cosas. Duermen en la techumbre de la Parroquia, donde han aprendido a convivir hasta con las trampas que desde hace años quieren diezmarlas. Comen de lo que les echa la vecindad. Y del arroz que queda en el suelo después de las bodas. Y del bocadillo de la merienda puerilmente abandonado en una esquina, a hurtadillas de los ojos cansados de los abuelos, cuando la Plaza se llena de algarabía y juegos infantiles, a media tarde. Son parte del paisaje y del paisanaje lorentino, umbrío, gris, azulado, ensombrecido de otoño como ellas.


 ... Pero no había palomas blancas.

Faltaba en el barrio una luz que anunciara el alba, en un vuelo inusitado de blancores cálidamente tornasolados por el astro que al mismo barrio le dio nombre.

Faltaba blancura y lozanía, de cal, de arrabal... Faltaba la frescura del río grande, y la brisa salina y dulce de soñados canales que suenan por igual a gracia gaditana y a patios cordobeses.

Faltaban sábanas tendidas al viento en las mañanas de Noviembre, sombrío de difuntos y recuerdos. Faltaba blancura de amanecidas blancas, de miga de pan blanca y caliente.

No había palomas blancas... mensajeras de esperanza que tiñeran de oro blanco el azabache inmenso de la penumbra atávica del Corazón de Sevilla.


 Salió de mañana... como siempre. Vestida de mañanitas... como todos los años. Iba blanca... blanca de albas serenas... blanca con la luz de un sol aún adormecido, que se deslizaba, como Ella, por el intrincado laberinto de las callejas del barrio y sus alrededores.

Salió, y como las otoñales palomas de su barrio, se perdió entre resquicios que tan sólo saben descifrar en sus vuelos las palomas, transitando por las calles y el tiempo, bebiéndose el sol que, embelesado, la acompañaba por callejuelas perdidas hasta más allá de la frontera del País del Eterno Otoño.


 La umbría desvaneció su manto. El barrio descorrió su velo de otoño, y Mayo, equivocado de fecha y de lugar -o quizá no tanto-, acarició su cara con un rayo de sol sencilla, franciscanamente dorado, a la salida de la capilla de Los Humeros.

No había palomas blancas. No había más palomas blancas en San Lorenzo. Las palomas de su barrio son como él: zuritas, otoñales, ensombrecidas.

Tal vez sólo una paloma blanca vio nacer el viejo barrio de San Lorenzo. Blanca de paz y lozanía, de miga de pan caliente, de cal, de sábana blanca tendida al viento... Y aquella mañana, ¡Santo Dios!, estaba más blanca que nunca.

Como una paloma, arrebolada, blanca...

... Como una paloma blanca, matizada por los rayos del mediodía, que hacen cálido el blancor almidonado de los Buenos Sueños de Sevilla.


A mi Pastora de San Antonio, cuando hace unos años, en Noviembre de 2008, fue en Rosario de la Aurora a la capilla de Los Humeros.

domingo, 6 de marzo de 2011

CAMPANAS DE SAN ANTONIO. A mi Pastora de San Lorenzo y su muhecín franciscano


Campanas… Campanas…

            Ese sonido de las campanas me llama poderosamente, más que cualquier otro.

            Si alguien preguntase a cualquier cofrade al uso cuál es el sonido que más le evoca a su cofradía, casi de seguro contestaría que es el sonido de una marcha, el rachear de las zapatillas de una cuadrilla de costaleros, o el crepitar de un cirio consumiéndose al borde de la madrugada.

            A mí, sin embargo, me embargan el alma las campanas.

            Se me hace que son como los antiguos muecines de los musulmanes de Al-Andalus, llamando a oración desde el culmen de una torre, muy cerca del Cielo, a parroquianos, extraños y transeúntes. Los cristianos no tenemos muecín... Pero tenemos Campanas.

            Y cada campana suena distinta, se podría llamar con distinto nombre y habla en un idioma diferente... un idioma que sólo sabe entender y diferenciar el que lo lleva grabado en la retina de esos recuerdos que, quizá porque no se ven, se instalan muy lentamente, pero con inusitadas raíces, en el alma.

Es curioso... que a menudo nos parece que todas las campanas suenan igual. Todas... menos la nuestra. Esa, la podríamos diferenciar a kilómetros de distancia, y resulta inconfundible a nuestros oídos. Y a nuestros recuerdos. Y en no pocas ocasiones, a esa necesidad nuestra de encontrar abiertas las puertas del Paraíso, entre las penumbras -que a veces son sombras ennegrecidas de espanto o indiferencia- de cada día. Ese Paraíso que algunos llamamos Esperanza, otros Luz, otros Amor... o Pastora, o Rosario... o Dolores... O tal vez, como la de nuestra entraña, Soledad. ¡Y cada campana nos nombra a cada uno por nuestro nombre y advocación!.

            Las mías, mis campanas, son las del Convento de San Antonio de Sevilla, la casa de mi Pastora de San Lorenzo. Mi casa.

            Repican desde dos pequeñas atalayas perdidas entre mil atalayas, campanarios, campaniles, espadañas... entre San Lorenzo y el río.

            ¿Tendrá campanas el barrio de San Lorenzo?... San Antonio, Santa Ana, Santa Rosalía, Mercedarias, Reparadoras... La del Señor... San Lorenzo... Es seguro que el inventario está incompleto. A cualquier hora del día puedes escuchar una campana que, en su letanía cansada de bronce y brisa, anuncia algo al viento. Los lorentinos las conocen todas.

Yo... que nací y me crié de Gavidia para afuera... sólo he aprendido el Dialecto de las Atalayas, el de las campanas de mi convento de San Antonio... las que vuelan para mi Pastora en Mayo, para la Palma, entre Marzo y Abril, y en Junio para el Santo. A veces... sólo a veces... entre líneas alcanzo a inteligir el discurso de un oso panza arriba que suena sobre la torre mora y cristiana de la "catedral" del barrio... Pero sólo a veces.

Y curiosamente, esas campanitas mías de San Antonio tocan en un melismático acento, siempre a compás descompasado... como un niño imprevisible cantando una cancioncilla dulce, a media voz... Como el canto de un jilguero, irregular, asilvestrado... pero tan sensible al oído de quien lo espera o, de quien, sin esperarlo, lo descubre entre los silencios largos de las penumbras decimonónicas lorentinas, blanqueando con su jueguecillo alegre el crepúsculo eterno del crisol donde se funden todos los atardeceres de Sevilla.

Se diría que no han aprendido aún a tocar a misa. Pero cómo repican a Gloria para anunciar que Mayo sale a pasear por el Barrio... Cómo aprendieron la partitura sublime de aquel barquito de flores camino del carril del Cielo, que es la Calle Guadalquivir, o buscando el mar de la Plaza... siempre haciéndole compás a la misma marcha, año tras año, Mayo tras Mayo.

Yo os he escuchado repicar de Miércoles Santo, de Rosario de nardos y campanilleros, de Función Principal, de pujante primavera un Sábado del Mes de Mayo... Y de diario, cuando al percibir la cardelina de cristal de vuestro sonido en el aire adormecido de San Lorenzo, sabía que ya estaba abierta la puerta del Convento. Que durante un instante en el tiempo podía acercarme a Ella acercándome, como en vuelo de palomas, al eco de vuestro imposible melisma. Solían ser las ocho. La misa empezaba a las ocho y media. Era tiempo de dulzura, de silencio entretejido con Avemarías y misterios musitados por matronas de cabello blanco y misa diaria. De Embeleso de los Cielos, Consagración Calasancia y Letanía Pastoreña, ante un altar puerilmente engalanado de margaritas o siemprevivas, sufrida y humilde flor de diario.

Y Se me hace, ¡ay campanitas mías!, que se os hace más fácil lo difícil... y más difícil lo fácil. Que en vuestra sencillez franciscana, sabéis repicar a Gloria... pero no tocar a misa.



Campanas de San Antonio:
no sabéis tocar a misa.
Sabéis repicar a Gloria
cuando la Madre más niña,
río manso, barrio abajo,
pinta surcos de mantilla.
Sabéis coronar rosarios
con vibrantes letanías.
Sabéis peinar en el cielo
plegarias de bronce y brisa.
Sabéis jugar con los vientos...
Pero no tocar a misa.

Con la octava de la tarde
-lienzo de melancolía-
la claridad desvanece
diluida en sombras tibias.
Primer toque en San Lorenzo.
Alcoy. Marqués de
la Mina.
Albo
r de cal. A lo lejos
el Convento y
la Placita.
E
n la Atalaya, un jilguero
de rivera lorentina,
a voz de badajo incierto,
cierra las claras al día.
Dentro, la tarde velada
dibuja en flor a María:
la Palma, gladiolos blancos;
la Pastora, margaritas.
Queda en el altar mayor,
lejana entre lejanías,
una Azucena solloza
lágrimas de aguamarina.
En el altar de la Gloria
todo es luz, todo alegría.
Todo flor, todo primor,
todo belleza sencilla.
Arrebolada en dulzura,
la ternura, que se inclina,
pinta rizos de almidón
a su carita de niña.
Sus manos, jardín del Cielo
la una, la otra caricia,
tejen y destejen blondas
de promesas escondidas.
Cinco misterios no bastan
para decirle "bonita".
Cinco, con sus Padrenuestros
y sus diez Ave Marías.
Pero un rosario son cinco,
y en la atalaya, cautiva,
otra campana echa al viento
su canción de bronce antigua.
Embeleso de los Cielos,
Consagración, Letanía...
Susurro sordo de cuentas.
Rosario pobre de esquinas.
En un rincón, titilando,
cuatro suspiros crepitan:
Cuatro angelillos de cera
lloran cera derretida.
Tercer toque: altar y atrio.
Placita. Curtidurías.
San Lorenzo, tras mis pasos,
se enciende por
La Gavidia.
Perdid
a ya San Vicente,
se oculta el sol, que declina
pintando panes de fuego
al cielo, mantel de misa.

Mañana, a la misma hora,
cuando esté muriendo el día,
tal vez, me encuentre muy lejos
de las puertas de Sevilla.
Y al oír de otra campana
su llanto dulce de esquila
jugará con mis memorias
vuestro imperfecto melisma.
Y ebria de azucenas blancas,
de promesas encendidas,
de letanías pastoreñas,
de rivera, Palma y brisa,
quizá, cerrando los ojos
y entre memorias, repita:

"Campanas de San Antonio,
de San Lorenzo vigías:
Sabéis repicar a Gloria.
... Pero no tocar a misa".

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO. De Sevilla a Motril por escuchar una nota a Alameda

Una locura... Una de esas piratadas que a veces le dan a esta servidora...

No tengo ojos en frente mía, pero hubiera sido cuestión de que alguien me grabara en ese autobús de Motril a Motril Costa... con los ojos rojos, los párpados que se me caían, la garganta como de cartón, las piernas dándome puros pinchazos de tantas horas sentada... y ese "colocón" que te da la falta de descanso... en que, quizá por falta de control ya de tu propio yo, das rienda suelta con quien te pille al lado de todo lo que se te ocurra, sin conocerlo de nada... todo esto dando cuenta de un bolsón de papas fritas cuscurrúas a palo seco y casi las dos de la tarde.

Y no se me ocurre otra cosa que decirle a la señora que viajaba en el asiento de enfrente...

"Señora... esa calle de ahí, veo que se llama Divina Pastora, ¿verdad?... ¿Es que la Pastora de Motril está por ahí?. Quiero pasarme a visitarla... Mire usted: es que yo tengo dos personalidades distintas: una viene para fliparlo en el "Azúcar de yo no sé el qué" con una banda de rock... pero la otra, si no tiene a una Pastora Divina cerca, se me rebela"... y le enseñaba a la buena señora la medalla que colgaba, como siempre, de mi pecho... la de mi Pastora de San Antonio.

- Y tú, ¿de dónde eres?, porque por el deje que tienes no eres de Granada, ¿a que no?. ¿Vienes por unos días?.


Claro... por el deje que tengo, y porque a esa altura de la conversación ya habría soltado como veinte o treinta "miarmas": al conductor preguntando cuánto era el billete, a la de enfrente para preguntarle lo de la Pastora, al de detrás ofreciéndole patatas... Un auténtico recital de "miarmas" que dentro de mi Sevilla natal hubieran pasado de seguro desapercibidos, pero fuera de la ciudad bella suenan más de lo que los sevillanos solemos imaginar.

- Yo soy de Sevilla, señora. Vengo... pero no por unos días... por uno nada más: me voy mañana. He venido solamente persiguiendo un concierto de mi banda favorita, por cierto de mi tierra... Alameda... ¿Se acuerda usted de esa canción que decía "Quejío, son los Aires de La Alameda?", pues tocan aquí esta noche. Pero ya de paso, a ver si puedo visitar a la Pastora, que el año pasado no pude venir a la reunión de la Confraternidad Pastoreña y me quedé con las ganas de verla.



La buena señora no salía de su asombro: una quasi extranjera, encima sevillana, con el pelo enredado (de todo el viaje), cara de no haber pegado ojo o de haberse metido algo ciertamente "espiritual", hablando de rock y de cofradías... con un tontito a lo premamá y un pantalón vaquero de los del "chinatón", y cargada de bártulos hasta las orejas... preguntándo dónde caía "Varadero"... que por la cara que ponían los motrileños cada vez que preguntaba, equivaldría a preguntar aquí en Sevilla dónde está la Plaza Nueva o la Catedral... pero claro... yo... ni idea.

Con la ayuda del conductor y de varios de los usuarios del autobús, logré bajarme en una parada que estaba justo frente por frente a donde paraba: el Hostal Alborán.

Allí me esperaba Conchita... la casera, a la que le había estado dando la vara desde hacía tres días, esperando antes de confirmar, una confirmación de que la OSCCAL (Orquesta Sinfónica de la Calle Calatrava) definitivamente iba a sonar en Motril... de manera más segura que por aquestos lares.

Allí me esperaba también Carmen, su hija... y Sonia, una colega que, según me contó, compartía conmigo un extraño gusto: el de devorar papeles en blanco con hilos de granito en verso libre. Una poeta... como Juan Ramón, como Roca... pero con con síndrome de Asperger (la enfermedad de Bill Gates). Un personaje una jartá de curioso... una de esas personas que merece la pena conocer y llevar en tu cuaderno de viaje.

Dejar las cosas, comer... y descansar un poco... Estaba derrotada. Literalmente hecha un zombi... y no quería caer en los brazos de Morfeo a la hora del concierto, después de haber hecho una animalada de kilómetros. Si tenía que volar en sueños... que fuera en las alas del piano de Marinelli... no porque me cayera de cansancio y no pudiera disfrutar del recital.

Un bañito en la playa (la playa con to sus m... , con más chinos que la Calle Feria), un paseíto para ver dónde estaba el escenario, y a casa. Bueno... a casa, jajajajajaja... a la que fue, por unas horas, "mi tienda", la pequeña habitación del Hostal Alborán... parca en lujos, pero acondicionada y limpia como un jaspe. Una ducha... un poquito de titanespor... otro poquito de titanlú... dos horquillas que no llegaron a ser invisibles, aunque lo intenté de veras... el bolso y a la calle, con el pantalón vaquero negro y el tontito blanco de ramajillos... el de las grandes ocasiones "modernitas"... el mismo atuendo que para el FestHidea de Torrox.

Cómo me acordé de Juan Antonio y Aurelio... de Arabiand... No, no porque conocieran a Pepe Roca, sino porque 'mi arma': tenéis más razón que un santo: soy más lenta que el caballo 'er malo... Menos mal que antes de esta gente tocaba La Jaula y que además se retrasaron en tocar... porque hubiera estado gracioso que después de irme de Sevilla a Motril buscando el concierto de Alameda, llegara como al de Mendigo de la Malandar: a las dos últimas coplas de la última y los dos bises.

Deberían de ser las diez y media pasadas cuando salí del hostal. Pude coger el autobús, pero se acababa de ir uno y no quise esperar al siguiente, así que me fui andando. ¿Qué digo andando?... ¡¡Corriendo!!. Al trote cochinero, como se suele decir. Primero a Playa Poniente, y de Playa Poniente, al final del paseo marítimo. Para ser concisos: allá donde Cristo dio las tres voces.

Cuando llegué -serían las once pasadas- aún no había empezado el concierto.

En el escenario, dos baterías: una pequeñita, blanca... otra negra, grande... subida en una especie de estrado tapado de negro. Un teclado... empezaba a enhebrar ilusiones desenhebradas... y un montón de cables, amplis... en fin... la parafernalia normal de estas ocasiones.

No había respirado del todo después de la carrera, cuando subió al escenario una muchacha a presentar el festival y, en concreto, a La Jaula, un grupo local que cantaba temas de los Secretos, Sabina, El último de la fila, Loquillo...

Sonaba muy bien... aunque mi impaciencia era mayúscula. Poco a poco me fui metiendo en el concierto.

Pero... algo pasaba. Aquello se alargaba demasiado. En ocasiones, el vocalista se iba a la escalerilla y parecía que para hablar con alguien... El grupo aprovechaba para hacer virguerías con la guitarra, con el bajo...

¿Lo que podía pasar?... No lo sé... algún "alameda" que no había llegado... o algo que no estaba como debía... El caso es que yo miraba a mi alrededor y no era solo yo la que tenía cara de incertidumbre. O algo pasaba, o todos estábamos viendo fantasmas. ¿Se le habrían colado a Marinelli los del Centro Andaluz de Danza entre las partituras?.

Como a la una de la noche, el otro grupo se despidió, recogió los bártulos y algunos técnicos, en cero coma dos, pusieron a punto el escenario para "ótro" grupo... Empiezo a respirar. Álvaro Girón sale, supongo que para colocar algo... UUUUUFFFFF!!!!... ¡Qué alivio!.

En poco más, los demás músicos estaban en el escenario, y Pepe Roca con ellos. En el teclado, se sienta un chaval joven... No ha podío ser, me dije... Hasta nuevo cónclave -si lo hay- no veré tocar en directo al señor de las alas al piano. Bueno... qué le vamos a hacer... quizá lo disuadió la circunstancia, al enterarse que tocaban con "La Jaula".

La primera, Calle Arriba. Y la primera en primera plana, con la pata apoyada en el travesaño de abajo de la valla metálica que separaba el escenario del terreno que ocupaba el público... SERVIDORA... pidiendole al Cielo que la pellizcara para saber si era verdad que estaba allí, presente, o lo que estaba viendo era una de las fotografías del disco del Concierto, o del nuevo...

Incertidumbre entre los presentes: "Ya son talluditos. A ver cómo canta...". Había mucha gente que no los escuchaba desde el Pañolito de Nardos... pero el antiguo. La mayoría, lo último que les habían escuchado era Noche Andaluza. Sí que estaban bastante más talluditos, la verdad... Bueno, ESTABA más talludito Roca, porque los demás ni estaban.

Y cantó... Y cómo cantó...

A decir verdad, que ya me habían puesto en órbita de lo que daba esa voz de sí en el escenario... pero hasta que no lo escuchas, no te haces idea. En potencia, en afinación, en saber modular el ritmo interno de cada frase, en claridad de dicción... Pisha... tó lo que se diga es poco. No tiene nada que ver con las grabaciones. La precisión de un reloj suizo con el sentimiento de un poeta de los de antes, y el saber estar, la seguridad, la actitud corporal... de un loco en plena paranoia.

Me impresionó mucho la actitud corporal y los movimientos que hacía. Y verás... que no es que se engorilara... ni que corriera la maratón encima del escenario.

Me apostaría el cuello a que detrás de esa actitud corporal hay horas de trabajo en una "técnica". No sé cuál... Alexander, Antigimnasia Bergerat, o alguna técnica deportiva... o el qué... pero eso no suele surgir "de natural" , por generación expontánea. Pero bueno... esos son temas aparte. Los bailarines, que miramos lo que tenemos alrededor de otra manera que el resto de los españolitos de a pie.

El concierto iba rulando de canción en canción. NOCHE ANDALUZA sonó... que Granados la escucha y se queda a vivir en Motril. A estas alturas, miro para detrás, para el "hombre de poca fe" del principio del concierto y le digo... ¿quéee?... ¿Canta?... Ufff... que si cantaba.

Aparte de Roca, destacaba la guitarra de Álvaro Girón, y mucho. Mucho más que me destacaba en los discos. Yo tengo mis hipótesis de por qué no me había resultado tan evidente el virtuosismo de este hombre, pero me las guardo para mí. El caso es que tiene unos dedos privilegiados. Esa guitarra suena como los mismísimos ángeles. Otras alas...

En el teclado, una ausencia antigua y una nueva presencia. Imagino que probablemente habrá que acostumbrarse... aunque... ya sabéis por dónde van mis predilecciones, jejejeje. Desde luego, el chaval estuvo a la altura en todo momento. Y para sentarse en esa cátedra... hay que tener un buen par de "sólidas razones" (sólidas a lo poco como las cancelas del Parque... que son de "jierro" forjao). Yo llego a ser pianista y, como he dicho antes... antes de sentarme "ahí" se me tuercen las patarras o hay que ponerme un excusado en la escalerilla. Es mucha cátedra la cátedra... Así que, aunque no voy a negar que me gustaría ver y oir al señor de las alas al piano tocar en directo, y con Alameda... toda mi admiración a ¿Gandul?... No me echéis mucha cuenta. Juraría que ese era el apellido con que lo nombró Roca al final, porque además es el mismo de otra persona que conozco y me la recordó.

Sonaron Comprensión (que entonces me enteré yo que era extrangera, de los Animals), Luna, la de los 20 años... por supuesto, como no podían faltar, Aires de La Alameda y Amanecer en el puerto. El "quejío" de Aires (un cuartito 'hora de quejío... como se suele decir en estos casos: porque él sabe, porque él puede, porque él lo vale, porque él quiso y, en resumidas cuentas, porque a él le dio la gana) yo creo que debió llegar a Granada capital. Joé... qué garganta. Qué de jaramago, macho... Qué de jaramago.

Sonó una de mis temas favoritos: el Pañolito de Nardos.

Sonó Triana... curiosamente, en los primeros compases de la música, todo el mundo, menos yo, había identificado la canción: Rumor. Todavía estoy un poquillo verde en Trianología. Siempre me tiró más Alameda, aunque no se me note.

Sonó otra del disco nuevo... Cantaré. Una de esas que a mí me encantan y un colega mío dice que parece que se las ha hecho Pitingo (yo sigo diciendo que a mí Pitingo me suena a Alameda un huevo, no Alameda a Pitingo). Toda una declaración de intenciones, que a veces muchos de los que estamos en estos terrenos tan farragosos y tan denostados, y a veces tan injustos y tan "podridos" de las profesiones artísticas necesitamos escuchar, y casi musitar identificándonos en ella. Antes de empezar, Roca apostillaba sobre la poca difusión que había tenido el disco. ¿Poca, jefe?... Poca no, ninguna.

Sonó un instrumental de Chic Corea. Yo eché de menos mi Calle Feria y, sobre todo, porque Calle Feria ya la tenía por perdida no estando Rafael Marinelli, A Sotavento...

Ahora mismo no me acuerdo de ninguna más... más que el final con TU FRIALDAD, con los solos de cada uno de los músicos. Os lo juro, que ésta que está aquí, con lo corta de luces que es (todavía) para con los acordes del trío de Jesús, Eduardo y Tele, coreó el "Lairará, ra, ráaaaaa, eeeeeea". Imaginaos en qué estado estaba a estas alturas. Os lo prometo que lo más espirituoso que me pimplé fueron dos cocacolas (SIN tunear) y además "layts". El colocón era únicamente de buena música.

Esa pretendía ser la despedida de una noche demasiado corta... eran las dos de la mañana, creo recordar, o las dos y algo, y habían empezado a la una.

La gente pidió un bis y, como todo no puede ser perfecto y gente sin educación, aparte de sin cultura y con un oído en Huelva y el otro en Barcelona, la ha habido siempre en todos sitios, y la habrá... y Motril no iba a ser la excepción que confirmara la regla... un grupito de "revientas fanáticos", el primero el que al principio decía que si cantaba, se pone a pedir La Pila 'er Pato. Fíjate tú: La Pila 'er Pato, de Marinelli que no iba, con lo jodida que es La Pila 'er Pato, lo larga que es La Pila 'er Pato, y para terminar...

Servidora, cuando ve el jolgorio y lo que le están armando, a mi juicio sin razón, a la banda, se desmelena un poco (luego me arrepentí), y señalando la esquina en la que se encontraban el teclado y su nuevo inquilino, le dice al de al lado: ¡¡¡Que "La Pila" no puede ser... Miarma, ¿no ves que le falta el Pato?". Supongo que no me oyeron desde arriba, porque si me llegan a haber escuchado yo me mudo al Pirineo.


¡¡¡¡¡La Lisanga, la Lisanga!!!!!.

Tampoco sonó "mi" Lisanga... la que me despierta todos los días y lo primero que suelo escuchar cuando pongo el pie en la calle... a las seis y media de la mañana...

Cuando Roca dice de cantar una de los Beatles, la chusma se engorila... ¡¡¡¡LA PILA 'ER PATO!!!!, ¡¡¡¡LOS BEATLES NO... NOS HABÉIS ENGAÑAO... LA PILA 'ER PATO!!!!... A mí particularmente se me cayeron los palos del sombrajo... No ya porque fueran los Alameda, sino porque no entiendo según qué cosas... y a veces dan ganas de decirle a alguno: "Macho, ahora tú... ahora te toca a ti"... por lo pronto y siendo fino. A mí, vaya por delante, que los Beatles no me han gustado nunca... pero por encima de todo está el respeto al que está arriba, al menos si lo hace en condiciones... que el que está arriba, aunque a veces lo obviemos, o lo ignoremos, o directamente lo olvidemos, también es "respetable".

En fin... imagino que es lo que hay... y si no quieres torear con esa clase de burráncanos, po como la Sevillana: "Cachirulito está malo de la patá de un gilguero... ¿Quién l'ha mandao a Cachirulo que se meta a pajarero?"... o como decían los quintos antiguamente: "Jódete y no haber venío". En todo caso... no sé... joroba -a mí me jorova, todavía- ver que a los "dinosaurios" (en el buen sentido de la palabra sea tomado) les pasa igual que nos pasa a los/as curritos/as de poca monta: todo el mundo opina, machaca, y si puede, la arma, sin tener ni p... idea de lo que está diciendo.

Y sonó la de los Beatles... Y yo pensaba... van a sonar, musicalmente, muy bien, pero verás tú ahora el "choquinglis tartesorum" de éste con la chusma de los de La Pila...

Pues no... de "choquinglis", nada... De "tartesorum"... lo bueno ná más. Aquello sonó a gloria bendita... Vaya... que ya quisieran los Beatles haber sonao la mitad... así fuera en sueños. Y mira que a mí los Beatles, quitando dos o tres canciones (Imagine, Yesterday, Let it be y poco más) me dan tres patadas en las costillas. Pero es que aquello no eran los Beatles, macho... era la caña. En fin... si viendo lo que hacen con Granados, con er "Juan Ra", con Federico y con Albéniz... ¿qué te puede extrañar lo que hagan con los Beatles?... pero el caso es que a mí me sigue asombrando. En dos palabras: IM-PRESIONANTE. Si no lo veo, y no lo oigo, no lo creo. Pero... ¡¡¡¡si toda esta gente cuando cantaba en inglés en los discos parecía que tenía la boca llena de poleás!!!!. ¡¡¡¡Si el que más chamullaba, chamullaba en gabacho y malamente!!!!.

Repito: IM-PRESIONANTE. Yo no creía que a ese tema se le podía sacar tanto. Lo había escuchado antes, por los Beatles, supongo... y me había parecido horroroso de cojones y más aburrido que la lista de los Reyes Godos.

Y bien... el concierto terminó con eso, muy pronto... demasiado. Quizá porque empezó muy tarde, no lo sé... El caso es que después de que hubieran salido todos, un rato después, Álvaro Girón volvió, supongo que para acarrear trastos... y yo que lo vi, con más vergüenza que yo misma, me acerqué a felicitarlo. A la banda entera, vaya, en su persona... porque habían sonado... uffffff... cómo habían sonado. Cuál no sería mi asombro cuando, antes de poder decir MU me veo delante a un tío mu grande y mu feo (Quilla, lo flipas... Pepe Roca)... Os lo juro que no lo vi llegar... que va y le dice al guitarra: "Esta es la hija de Paul Mackrtney". ¿¿¿¿eeehhhhh?. Todavía no sé si lo que intentaba decir es que era la "hija de P... (aul Mckartey) que m'ha dejao turulato perdío con los flashes de la cámara (había mucha más gente haciendo fotos, no sólo yo), o que se pensaría que iba con los de la Pila... o que me vería entusiasmá con lo de los Beatles, o qué... Lo más raro del mundo... flipante doscientos por cien.

En resumidas cuentas... hice un montón de kilómetros por ver -y escuchar- algo que de antemano sabía que valía la pena. Pero no me podía imaginar cuánto.

La semana siguiente... monazo de Alameda... y a sabiendas de que, como no sea por aquí... chungo. Más que nada porque como dice el refrán, lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible... Hacer, y pagar, un viaje a Torrox para el FestHidea ya fue una locura. Lo de Motril, para que me encerraran en Miraflores, si estuviera aún abierto... Y luego llega la Bienal... y las mensualidades de las academias, los zapatos para bailar...

Muchas ganas de tirar para alante. Yo soy profesora de Danza: me dedico a motivar a la gente, o a intentar motivarla, para que baile, o para que mientras intente ser algo en la Danza, le sirva para ser más persona... y más feliz. Eso se supone que es la Danzaterapia, que es lo que ahora intento -espero estar consiguiendo- hacer con el máximo de dignidad. En general, por más que no se llame "terapia", una maestra "de barrio" es lo que hace, y la que quiere sacar a nivel profesional o vocacional (serio) a gente "de verdad", no a muñequitos bailando en un escenario, sin personalidad, lo tiene que acabar haciendo... A veces, muchas veces... yo no lo consigo, probablemente porque desgraciadamente tampoco estoy motivada, ni a estas alturas, después de haber pasado por según qué cosas, me resulta fácil creérmelo... sentirme "en" la Danza, convencerme y sentirla... dejarla hacer... y dejarla fluir. No sé... es orgullo, es un empacho de la peor realidad vivida, es... sabe Dios lo que ha sido... y qué ha cambiado mi entrega total en pasotismo atormentado... Haabrán sido varias cosas... todo junto, digo yo.

Pero el Domingo, curiosamente, cuando fui a desayunar en la estación de autobuses de Motril, cuando fui a pedir pedí lo de siempre: Media con aceite y tomate y una leche con colacao, pero cuando el camarero se iba le apostillé: "Jefe... que sea sin colacao... la leche fría al naturaca". Y pensé pa mí: "que luego en los saltos me va a tener que levantar la grúa municipal... Si tengo que empezar... ¿cuándo mejor que hoy?".

Y bueno... esto podría terminar como el anuncio de la VISA... aunque no voy a dar números redondos (entre otras cosas porque no los sé, pues para eso soy un jodido desastre): Tren desde Sevilla a Granada, X euros, Autobús desde Granada a Motril, X euros, dos horas de espera y un sofocón de cojones, Autobús de Motril a Varadero, X más... un hostal limpito en Varadero, X más Y, un bañito en Playa Poniente... ya me lo dirá el fisio, porque se me encogieron todos los músculos de las piernas (sus muertos con los chinos). Una maleta que peté en el viaje... a ver cuánto me cobran los otros chinos... los de la Plaza 'Los Carros o la Cruz Verde....

VER ACTUAR EN DIRECTO A ALAMEDA.................


NO TIENE PRECIO


Alameda, el mítico grupo de Nueva Música Andaluza (mucho más que Rock andaluz), tocó en el Festival Son de Azúcar, en Motril, el Sábado 10 de Julio de 2010, un día antes de que La Roja se hiciera con la Copa del Mundo.