jueves, 7 de junio de 2012

Son aquellas pequeñas cosas...


Una gaviota mirando al mar desde una torre de la Alameda Apodaca.
Un paseo sin prisas por Moguer cuando la luz del día lo hace más bonito.
Un momento cualquiera, íntimo, ante el altar de mi Pastora.
La Alameda por la tarde repleta de niños jugando.
La Plaza de San Lorenzo con los brotes nuevos de sus plateneros.
El rayito de sol que sentí colarse aquel día nublado por la calle Feria.
Aquellas ganas de bailar, de nuevo.
Las columnas de los leones desde la calle Calatrava. Y las de los Hércules entrando desde San Lorenzo por el Multicine.
Una noche de Viernes septembrina despetalando claveles en un patio de la calle Amparo.
El primer concierto de Alameda.
Un buen ensayo con Danzaterapia.
Un verso de Eternidades.
Andalucía de Lecuona.
El pregón de Enrique Esquivias.
Nuestra actuación para Amor y Vida.
El ramo que nos regalaron en Polígono Sur.
Una lágrima de emoción de Sor Josefina.
  
Esos sueños que no nos parecen irrealizables... algunas veces.

lunes, 4 de junio de 2012

Se llamaba JL

Se llamaba JL. Bueno... no... Le pusimos JL un amigo de cinco años que se llamaba... ¿José?, ¿Jesús?, ¿Jairo?... no lo recuerdo ya, y una servidora. Le pusimos JL por nuestras iniciales, y porque pretendíamos llevarlo a la Libertad tras unos días de obligada Jaula enfermería. Porque pensamos, aunque suene un poco antagónico, que sólo en el logro de haber conseguido ubicarlo en una jaula grande, y en una de esas jaulas que los humanos llamamos "casas", estaba el camino a su libertad, y la única posibilidad de que sobreviviera.

Me la encontré en la calle Castillo de Alcalá, entre dos coches... Era apenas un pichón, pero ya estaba plumada. Estaba gravemente herida, roto el blanco de su plumaje por un gran mordisco, puede que de un gato callejero. Puede, que del mismo que la acechaba cuando la logré cojer. Casi se dejó.

Supongo que quiso saltar del nido uno o dos días antes de tiempo, y le sentó realmente mal la independencia. Pudo ser a mediados de Mayo, un mes después de yo empezar en Paz y Bien. Entonces... hará ya cuatro años, los mismos que llevo con mis bailarines.

La intenté colocar en casa de un amigo que cría palomas blancas, pero tenía lleno el palomar, así que me la llevé a mi habitación, en una estrella de cartón robado, como la de la canción de Triana. Allí tampoco cabía. Éramos demasiados: Moly (mi perro), yo... y Buenaventura: un palomo zascandil que había criado aquel invierno, y que todavía no quería emenciparse del todo. Le di de comer, le di de beber... y con una gasita y un poquito de Betadine, le curé, como pude, el bocado, inmenso (o al menos a mí me lo pareció).

Esa noche, JL -que aún no era JL- durmió, escondida, debajo de la cama, Buenaventura sobre el taburete de nea, en su jaula amarilla, y Moly, como de costumbre, entre su cama de espuma y el rehollito que hacía la colcha a mis pies.

Por la mañana me la llevé al Centro. Yo sabía que en Alcalá había otro Centro que era una finca, una granja escuela. A lo mejor se podía colocar allí. Pero al llegar y preguntar a mi compañera, ésta me dijo que en San Buenaventura no hay palomas, o al menos, no cogían palomas de la calle. Pues estamos aviados... porque en la Protectora palomas no cojen tampoco porque no están en peligro de extinción (¿que no?... Las palomas en general, no... pero JL sí), y en casa como me presente con la paloma, me mandan a tomar viento fresco a mí y a la paloma.

Tras el trabajo, a la Protectora. Calle Hespérides. Me sé el sitio de memoria. He llevado allí bencejos de San Lorenzo, palomas del Parque, y hasta una polla de agua que se encontraron en la Unidad de Día de mi Centro de Santiponce. Allí, nada más por llevarla de la calle, la miran, te dicen lo que tiene y no te cobran nada (al menos a mí no me lo cobraron).

Si tiene el ala rota... mal asunto. Sólo pueden vivir entonces en cautividad, y a veces, cuando no suelda el hueso en condiciones, con grandes dolores. A veces, de la tristeza de no poder volar, se dejan morir o viven indolentemente, sin ganas... sin aliento vital. Las palomas se parecen mucho a las personas: nacieron para volar y sólo volando son felices, como yo si no bailo me falta el aire.

Pero JL tenía una fractura limpia, perfectamente colocada el ala en su sitio, y un hueso tan pueril que, aunque el ala estaba rota, podía preverse una grata evolución, y en poco tiempo: en quince días estaría totalmente recuperada si el hueso soldaba bien y las heridas no maleaban. Sólo necesitaba quien cuidara unos días de ella, y una casa que le sirviera de improvisado hospital durante su convalescencia. Vitamina D y baños de sol para inducir a soldarse el huesecillo, minúsculo, del ala rota, y curas diarias con Betadine para ir sanando las heridas, que no eran demasiado profundas, pero al pobre animal lo habían dejado esmorecido.

Pues duro con ella. La intenté dejar en una clínica veterinaria... y nada... La ofrecí por el centro a tantos viandantes como pude, pero ¿quién va a querer una paloma herida?. Se me escapó por Santa Catalina. No podía volar, acaso no sabía aún volar, y estaba herida... le tenía que picar el yodo que le echaron en la Protectora enormemente en las heridas. Pero quería vivir más que nada en este mundo. Se notaba que le gustaba el callejeo... No sé qué pintaba en Bami, porque esa tenía alma de alamedosa... y pinta de haber nacido entre San Vicente y El Pumarejo.

Se asía a la miguita que de vez en cuando colgaba de mi mano, mojada en agua para ser a la vez refresco y alimento, como un náufrago a la tabla de su salvación. Dejarla sola era un crimen por omisión. Cualquier felino callejero hubiera hecho de ella su suculenta cena, dando al traste con las bohemias pretensiones de mi casi-volandera amiga.

Con ella me llegué hasta la calle San Luis, hasta un centro cultural ocupado. Esta gente, pensé, no tendrá problemas en albergar la jaula durante unos días. Yo vendré a cambiarle comida y agua, a limpiarla y a curarla, y a darle la medicina diariamente. No teniendo que pagar nada... por una okupa más no creo que encuentren problema alguno. Además, esta es pequeña: "okupa" poco sitio, y sólo van a ser unos días.

Pero nada... los "okupas", que por cierto, eran todos de Greenpeace, no quisieron "okuparse".

De vuelta ya, con JL y un marronazo a cuestas, por la calle Castellar me paré a hablar con una muchacha que paseaba con dos niños: uno de ellos era un bebé. El otro podía tener unos cinco años. Su nombre... no lo recuerdo bien, pero empezaba por J.

"Bueno... yo... -dijo la chiquilla- Yo puedo quedarme con la paloma. Total... por unos días... Pero no tengo para comprarle nada. Lo tendrías que traer todo tú... y venir tú a echarle las gotas y a curarla". Vi -vimos, JL y yo- el Cielo abierto.

Tiré para la calle Feria para comprarle una gran jaula de loro en los chinos de la Cruz Verde, que entonces las tenían baratísimas... más que las de canarios. En la semillería, compré comida de palomas y, quizá, bizcocho. Tal vez sacara de allí también las medicinas que me había recetado el veterinario de la Protectora. En la farmacia compré un tarrito pequeño de Betadine. Las gasas las traía desde casa.

Eso debió de ser un Martes... porque yo enseñaba en la guardería de Bami los Lunes y los Miércoles, y recuerdo que los Martes iba a Alhoja, la tertulia literaria que se reune en el Ateneo, en la sala Juan Ramón Jiménez... y ese Martes falté. Estuve, después, toda la semana yendo a curarla. Maricarmen, la madre de "J" y eventual casera de JL, debió pensar que la que os escribe estaba demasiado loca para ser peligrosa, y me abrió la puerta de su casa sin saber quién era. Ella, probablemente, tampoco era la Duquesa de Romanones... aunque eso a JL la verdad es que le importaba bastante poco, a mí menos, y a ella intuyo que menos todavía. En días, JL era otra. La herida estaba cicatrizando muy bien. El ala cada vez tenía mejor pinta. Cada día "J" y Maricarmen me decían que cuando el sol era potente, pero aún libiano, ponían la jaula en el patinillo, y JL, con esa sabiduría innata que tienen las palomas para curarse con el lorenzo, abría el ala (siempre el ala mala) para recibir su baño de sol, que poco a poco debió ir haciendo soldar su fractura, y haciendo el ala fuerte para poder volar.

Llegado el Sábado -el tercer Sábado de Mayo- estaba yo por la mañana con JL y con "J" (pero por Dios... ¿cómo se me ha olvidado el nombre de ese niño?), intentando de que JL volara un poquito. No mucho, porque aún tenía el ala rota, aunque ya la movía mucho mejor. Me vio con el Betadine y la gasa... y no le debió gustar demasiado. La verdad es que para curarla tenía que hacerle un poquito el hara-kiri... e instintivamente las primeras veces se dejaba, pero a medida de que la veíamos mejor cada vez ponía más resistencia.

Y entonces ocurrió que entre los juegos y correteos de "J" y la amenaza de mi bote de Betadine y ese "papel de lija blanco empapado de 'eso' que salía del bote de Betadine, que parecía sangre" (así lo debía de ver JL), JL alzó el vuelo. Se posó en el alféizar de la ventana del vecino de arriba, y luego en el de enfrente del piso más alto del patinillo. Y luego, voló. No volaba del todo bien, pero fue capaz de alzar el vuelo. Intentamos esperarla, por ver si volvía. Pero no volvió. Simplemente, abrió sus alas, la buena y la rota (que ya no estaba tan rota), y voló. Sé que era el tercer Sábado de Mayo porque ese día, por la tarde, salía mi Pastora por San Lorenzo.

No sé qué habrá sido de ella. Ni de "J". Ni de Maricarmen.

Sólo sé que hoy me he acordado de aquel animalillo, no por fuerte menos indefenso... no por indefenso menos fuerte... y de toda su historia hasta que, confiado en su independencia, volvió a alzar el vuelo... no sé si prematuramente... pero lo alzó.

Y es que hoy yo también he echado a volar una paloma con las alas rotas y una herida a medio cerrar...



Gracias a Reyes, Manolo, Mariano, a mi familia pastoreña, a mi compañía de Danza -la mejor compañía del Mundo, chicos... y parte del extrangero- y a todos los que en estos días, y en los que quedan de incertidumbre y de dolor, habéis estado, y estáis, soportando el chaparrón e intentando propiciar que el felino mordisco que esta paloma lleva en las alas cure al menos lo suficiente para volver a alzar el vuelo. Un vuelo pequeño, apenas perceptible acaso desde lejos... pero vuelo al fin y al cabo... que es danzar entre las ondas de la libertad.