martes, 11 de septiembre de 2012

Carmen





Hay que ver Internet lo que mueve. Resulta que una tiene las ventanas abiertas a todas partes sin darse apenas cuanta. Y lo mismo al revés: te asomas por el alféizar de alguna página perdida buscando sabe Dios qué y te salen al encuentro recuerdos, historias, personas o lugares que han formado parte, por algún tiempo, de tu universo personal... Recuerdos, historias, lugares o personas que ni por casual idea pensabas encontrarte en ese justo momento.
 
 
Ayer no sé qué andaba buscando sobre el Carmen de Calatrava, entre sueños y añoranzas de leones y de Hércules... y me encontré con una foto de una bailaora. Una foto del año setenta y cinco. Treinta y siete castañas que tiene ya la foto... las mismas que cuenta esta servidora. Y cuando leo el pie de foto me entero de que la retratada es Carmen Montiel, "una joven bailaora de la escuela de Matilde Coral".
 
 
Carmen Montiel fue, no hace demasiados años, maestra de esta servidora de ustedes durante dos cursos y un verano. Poco tiempo... pero qué intenso.
 
 
Si en otras ocasiones me he dolido, amarga e improductivamente, de un ambiente -el de la Danza- que se ha mostrado ante mí superficial, lleno de hipocresía y prejuicios, deshumanizado por demás, nobleza obliga nombrar a esta señora, quizá la persona más humana y más auténtica de todas con las que me he cruzado en este periplo mío de amores y sinsabores por vocación.
 
 
Recuerdo de ella la nula impostación de su semblante y de su persona. No me pareció nunca una mujer sonriente, ni acaso intentaba serlo. Pero cuando la sonrisa le brotaba era como un rayito de sol colándose en un día nublado por la calle Feria, hendiéndola desde la Resolana a la callejuela Regina.
 
 
Recuerdo el verla cruzar cualquier mañana de Julio con el carrito de la compra lleno por la Avenida de la Soleá hasta la academia. Sus palabras ciertas, aunque dolieran, dentro y fuera del aula... Y un montón de correcciones, de compases, de cadencias...
 
 
Su curiosidad innata por todo lo que tuviera que ver con la Danza, siendo ya una institución como maestra de Flamenco. Solía comparar el Baile con una droga: mientras más tomas, más quieres.
 
 
El absoluto respeto por la idiosincrasia de cada alumno, la personalización de todo cuanto enseñaba… No sabía enseñar en estándar. No sabía, no podía, y acaso no quería despersonalizar la Danza, mirar, corregir, sino a la persona. Persona a persona. Conocedora a aprendiz. Entre iguales esencias, sí... pero ojo: una, la de la maestra, esencia pulida, curtida por la experiencia, plena de autoridad; la otra, la de enfrente, valiosa esencia en bruto, a pulir, a curtir. Me repetía una y otra vez que no la tenía que llamar de usted (yo me resistía, mitad por mi casi enfermiza timidez, mitad porque de sobra sabía lo que tenía enfrente), pero ¡ay! de quien sacara el pie del plato y le perdiera un milígramo del respeto profesional que le correspondía...
 
 
La nula aceptación de prejuicio alguno en cuanto a lo que podría o no llegar a hacer cada uno de nosotros: su función era enseñar, sacar de cada uno de nosotros lo mejor que pudiéramos dar… lo demás… para otra.
 
 
La responsabilidad imbuída de cuidar la más preciada prenda de cualquier danzante, que es su cuerpo mismo. A la clase de Carmen Montiel se podía entrar con maillot o con camiseta, con pantys o con pantalones de ciclista, con una cola o con el moño de Escuela Bolera. Pero no se te ocurriera entrar con el pie desnudo calzando tacón… ni taconearas con las rodillas encajadas sin doblar, ni zapatearas con la punta cayendo en vertical desde arriba… porque te podía mandar a Santa Justa sin pisar el Martinete del “chillío”. Y es que tenía razón: la que de nosotros se dedicara a la Danza, o a la enseñanza de ésta, si no guardábamos nuestro físico con unos mínimos cuidados en cuanto a técnica y en cuanto a material… en cuatro años todas fuera de combate. Lo demás, la imagen… eso para cada uno queda, que sobre el libro de los gustos no hay nada escrito.
 
 
Los Sábados, los Domingos, los entrefiestas des-puenteados… las navidades… Porque Carmen, por más que nos ponía un horario, no trabajaba por horas: Carmen trabajaba por objetivos, por bailes. Si no están los objetivos… hay que echarle más horas. Ya hay que pasar de baile. “¿Os viene bien a todas el Domingo a las diez?”.
 
 
Las batas de cola proletariamente compartidas, amarradas a la cintura con una media inservible ya de carreras. Las broncas por llegar tarde a clase excepto a quien sabía que salía de trabajar. Su sencillez, su naturalidad, su total autenticidad, su falta de cuidado por parecer perfecta, simpática, graciosa, jovial, divertida...
 
 
Carmen no necesitaba nada de eso: estaba tan pasada de sabiduría, de humanidad… de ser Carmen… como lo estaba de compás, de cadencia… De Flamenco… de Danza.
 
 
 
 
Foto: Carmen Montiel, una de las grandes del Baile Flamenco y la docencia de la Danza de mi ciudad.