… Con la frente marchita, como
cantaba el tango. Con las heladas de una vida que no te pide permiso para
jugártela de vez en cuando cargando mi sentido y mi espalda de años, de
fracasos, de sueños rotos y proyectos olvidados. De lo no vivido. De lo que no
quise vivir y, sin quererlo, me tocó apurar. Con casi veinticinco kilos de más
y un franco problema para controlar lo que como y lo que dejé hace tiempo de
comer… por citar alguna de las jorobas adquiridas.
Volver con el alma casi
congelada. Con el vago recuerdo de haber sentido. Con la mochila en que antaño
guardaba mis zapatillas y mis castañuelas repleta de pasiones con minúscula,
dispuestas a saltar a cualquier resorte y convertirse en dragones con siete
cabezas para quemarme la vida de una cierta llamarada.
Volver sin saber cómo. Olvidado
hace tiempo el mecanismo de andar. El alma varada en mal puerto desde hace
tanto.
Volver a intentar desandar el
camino -el mal camino- sin saber si lo conseguiré de ésta o volveré a caer de
nuevo. Sin saber a dónde llegaré, y acaso sin saber a ciencia cierta si quiero
llegar a ningún sitio.
Volver a acostumbrar el alma a
que todo no está perdido… para pedirle que luche, aunque para ello se tenga que
volver a hundir en la noche oscura que transitó hasta esta playa desierta de
esperanza, de identidad y de baile.
Volver a encontrar tiempo cada
día para improvisar un calentamiento, un estiramiento… un tiempo para la Danza,
aunque tenga que comenzar desde más abajo que desde cero y el cuerpo ya -aún- no me lo pida.
Volver… volver… volver…
Volver a decirle al alma que ame,
y que el alma se crea que ya no ha de prescindir de lo bien amado. Volver a
hacer presente lo que tanto me dolió hacer recuerdo.
Volver a donde jamás estuve. Ser
de nuevo lo que sé que nunca llegué a ser. Volver a sentir y a disfrutar.
Volver a aprender a dejarme llevar, aunque mojar el alma me exponga, de nuevo,
al mordisco de algún perro pendenciero.
Volver… que es encontrar el valor
para volver a respirar Danza, por la Danza y para la Danza, a vivir Danza, en
Danza, por la Danza y para la Danza; a soñar Danza; a pedir y pedirme, cada
día, Danza.
Volver al sacrificio del dulce yugo
elegido por amor, por vocación, antes del naufragio.
Volver, ignorando que a veces,
más veces de las que quisiera, me parece no sentir nada por la Danza, ni acaso
por la vida.
Volver, asumiendo que quizá el hielo
que se ha instalado en mi esencia puede que sea ya tan gélido, tan viejo y
establecido, que no volverán a deshelarse las entretelas del alma.
Volver… sin pensarlo demasiado…
porque como lo piense… Pero anda que si pienso en no volver…
Volver a bailar. Volver a ser
Danza, cuando siento la Danza tan lejana, tan ajena, tan ya tan poco mía.
Volver a empezar. Empezar a
volver. ¡Ya!. ¡Ahora!.
Volver… ¿Podré volver?. ¿O acaso
estoy alimentando un reflejo del pasado, llegado a este prado yerto de mi
presente por no sé qué camino olvidado del alma?.
Volver… sin saber volver… con la
duda pataleándome en el centro del corazón y del sentido. Mas ¿Quién lo sabe?.
¿Tendrá alguien desentrañados ya, para sí o para otro, los secretos que guardan
el destino y el alma para írnoslos dando de comer a poquitos, como a las
palomas?. ¿Alguien sabe tanto como para no dudar, como para no errar, como para
no caer, y abandonar, y tener que volver… o no volver?.
Volver… con la frente marchita,
como dice el tango. Y densa la fuente del
pensamiento, entre dudas y realidades, entre autoconsejos y pasiones
varias, con minúsculas y con mayúsculas. En la soledad de siempre y rodeada
desde lejos por los de siempre. Quizá una estampa nueva de mi Pastora de San
Antonio ande perdida en mi viejo atadillo revuelto de recuerdos, de vivencias y de
lastres. Tal vez una foto de los chavales, posando o actuando en cualquier
teatrucho de pueblo, o aquella que nos hicimos el día que vino Gualberto.
Volver… Que si veinte años son
nada… digo yo que siete serán “menos que nada”, ¿no?. Cábala imposible de
Matemáticas inexactas de la vida.
Volver… volver… volver… Que el
viajero que huye -ya lo decía Gardel- tarde o temprano detiene su andar, y
vuelve al primer amor como a la tierra madre, al terruño primero, a la piedra
fundamental.
Volver… con la esperanza -humilde,
casi imperceptible- de sentir de nuevo, de Ser de nuevo, de bailar de nuevo…
aunque ya nada sea lo mismo que fue, ni lo que pudo ser. Aunque siga el alma
mutilada de tanto y por tanto, perdida la ingenuidad y la inocencia, y la
frente marchita… y las nieves del tiempo plateando mi sien.
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