domingo, 18 de diciembre de 2011

Dieciocho de Diciembre









            Creímos que todo estaba
roto, perdido, manchado…
- Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando -.

            ¡Lágrimas rojas, calientes,
en los cristales helados…!
- Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando -.

            Se acababa el día negro,
revuelto en frío mojado…
- Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando -.


OLVIDANZAS
(Juan Ramón Jiménez)




 

Hoy es día de la Esperanza...



miércoles, 14 de diciembre de 2011

Me pides mis manos






Me pides mis manos, y no sé qué darte:
tormenta, palabra, mi sino, mi sueño,
mi rincón perdido, mi mundo pequeño,
mi tozudo empeño, mi amor dolorido.

Me pides mis manos, y esbozo un poema
sin saber de versos -me tiembla la mano-
Te inundo en mis ojos, perdidos, lejanos,
y encuentro tu Nombre entre mis rastrojos.

Me pides mis manos. Sabes que el destino
cortó ya las flores de mi sementera.
Que apenas me quedan en esta rivera
luces encendidas.

Conoces mi nombre, me sabes rendida
(soñaste conmigo todas mis quimeras,
y a tu Mano dulce confié mi herida).
Me pides mis manos.
Te ofrezco mi vida.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Nazareno







           Un hombre joven, apenas un hombre, cargado con el peso inefable de la muerte sobre sus hombros. La espalda encorvada. La cara, sencillamente humilde, transida de cansancio. Cansancio de alma y cuerpo, como animal viejo, hambriento de esperanzas, de pan y de caricias. La mirada, baja, al hombre que se acerca y ensimisma en tus ojos su pena, mucho mayor de la que deja entrever tu semblante.
            Se acercan y lloran. Todo el mundo llora. Yo no puedo llorar, aunque he perdido, o tal vez sólo extraviado, lo que más quería. Incomprensible calma. Tormento del no tormento, cuando el alma se niega a seguir viviendo, a seguir sintiendo, a manchar el lienzo de la vida con los colores del sentir de cada hora. ¡Apiádate de mí, Nazareno!.
            Dos esquinas. Tras ellas, cuatro bancas escondidas del mundo y del siglo. Cuatro bancas para echar un rato con el que escucha, con el que está, con el que siempre permanece. No eres el Gran Poder, pero desde nuestra vez primera me llamas con un incontenible poder de reclamo, una fuerza como de imán, que me hace, siempre que piso cerca, volver hasta tu presencia.
            En la calle, la algarabía populosa de la mañana de un Sábado de Diciembre. Todo se mueve. Todo se agita en esta ciudad extraña, que ya de por sí me parece estresante, árida, color gris marengo.
            Sin embargo, Tú.
            Te miro, tu rostro iluminado por un oportuno haz de luz tenue entre la penumbra blanqueada de la parroquia. Se me olvida que estoy perdida, en la mitad de la nada. El tiempo para, se deshace, se diluye y se pierde, como si fuera de humo.
            De repente, suenan estruendos que vienen de fuera. Escribo. De vez en cuando miro… Te miro.
            Y pienso que me gustaría ser pintor, como aquel poeta. Poder llevarme a mi lugar tu rostro, pero impregnado, bendecido, de la entera sensibilidad del instante. Y como no puedo, escribo… escribo.
            Mañana, o tal vez esta misma tarde, estaré de nuevo en mi tierra, Nazareno, y probablemente pronto no recuerde tu semblante, tu mirada, tu misma esencia, desgranada hoy ante mis ojos. Serás tan sólo una cita que te nombre en el cuaderno de notas de mi vida. Una cita sin rostro, sin tiempo, sin tierra…
            Pero hoy, ahora, quiero embeberme en tu centro, en ti, en la dulzura de tu mirada. Pedirte, hablarte, Hablar… y dejar al mundo en el siglo para tornar a creer que si tú quieres, volveré a ser, como Ave Fénix, de entre las cenizas de mi propio ser.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Distinto

Lo querían matar
los iguales,
porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
caedlo;
si veis un camino distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo.
si veis a un hombre distinto,
matadlo.
Y el sol y la luna
dando en lo distinto?
Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir
distinto
de lo distinto;
lo que seas, que eres
distinto
(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre):
si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.


Juan Ramón Jiménez


3 de Diciembre de 2011
DÍA DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD




(a mis compañeros con y sin discapacidad de Paz y Bien-Santiponce)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Palabras tuyas

Ehh, tú... Quiero, amigo, que sepas algo:


Que hace tiempo caí y no me he conseguido levantar aún.

Que las esperanzas son frágiles, y a veces no mojan más allá de la piel encallecida de los corazones rotos.

Que necesito agua a cada instante. Que tengo Sed, mucha Sed, y no me calman mil manantiales serenos.

Que quiero tirar para adelante, volver a empezar, ser al fin... y siempre quedo varada en el mismo sitio.

Que soy como perrillo flaco, que no es que todo se le vuelvan pulgas, pero todas las pulgas lo atacan.

Que quiero levantarme y andar ahora que puedo hacer camino... pero no tengo valor para sentir las piedras clavadas en mis pies amoratados.

Que no quiero darle la razón que no tienen a los que baticinaron que fracasaría por mi propio pie, y sé que estoy haciendo oposiciones.

Que quiero seguir... avanzar... mejorar... centrarme... estar a la altura, y me enzarzo en mil y una aventuras sin importancia que me evanden de lo Único, de la piedra fundamental.

Que quiero apurar como siempre el vaso del sacrificio que se hace por amor, y me faltan agallas para hacerlo como siempre lo hice.

Que quiero sentir el yugo dulce del trabajo en mis espaldas, calando y traspasando hasta el último codo de mi historia... y sin embargo, hoy, vagueo de nuevo.

Que sé que no siempre fui así, que solamente caí y no me pude aún levantar. Que me pesan el alma y el cuerpo. Que quiero ser y no puedo, y acaso nadie se da cuenta.



... Que no puedo con el alma, y tal vez sólo una palabra tuya bastaría para sanarme.

sábado, 19 de noviembre de 2011

A las siete y cuarto



Y yo que siempre solía decir que iba con la hora justa, la exacta... Justo por el reloj de la torre de San Lorenzo. Yo que fijaba el meridiano del mundo donde se asienta el de mi propio universo... Y le ha dado por pararse a las siete y cuarto.

Y digo yo... Si San Lorenzo es el corazón de Sevilla, y el reloj en la torre marcaba los pulsos del corazón de San Lorenzo... ¿Qué va a ser ahora de la ciudad entera?. ¿Se ha parado el tiempo en Sevilla?. ¿O sólo en San Lorenzo?. ¿Se habrá quedado Sevilla sin corazón?. ¿Y los lubricanes?. ¿Quién sabe ahora cuánto duran los lubricanes?. ¿Qué compás han de seguir los atardeceres, Otoños presurosos de cada día?.

Y no sé si es el golpe de calendario, o fue el mini-incendio de La Bofetá de hace unos meses... o simplemente un punto de cordura sobre la "i" de este mundo loco, que siempre va corriendo y corre a ninguna parte.

Sólo sé que desde hace tiempo, no sé muy bien cuánto, cada vez que miro al cielo, la Mora Cristiana marca, impertérrita, irremediable, las siete y cuarto.

Yo también quisiera, vieja torre, alminar de la tarde, detenerme un momento en el tiempo, dejar correr a la gente a mi alrededor, escapar del Siglo y de los siglos, y del tiempo todo. Te miro, pues, y no sé si se me inunda el alma de nostalgia o de deseo, de pena o de cierta envidia.

Deseo de escapar para quedarme, de volar lejos para llegar a estar cerca, de parar para no sentir esta inútil sensación de tiempo huero, ajeno, alienado. Nostalgia de miradas hacia el cielo, partido por dos mitades desde la mitad de Cardenal Espínola, un poco más allá de las Capuchinas. Envidia de quien puede volverse ajeno al tiempo que desconoce, que ya no reconoce ni le afecta. Y pena... pena de tiempo muerto, el tuyo y el mío: el tuyo porque paró, el mío porque ya no me pertenece.

Y te miro, detenido el tiempo entre tus manos -entre tus manillas, digo- y quisiera detener el tiempo de los de abajo, transeúntes de la Plaza... De la vida.

Y me dicen los que saben que tengo la cabeza a las tres de la tarde.

No... La tengo justa, exactamente, a las siete y cuarto.

domingo, 30 de octubre de 2011

En el alma

Caos. Mañana. Agobio. Cansada. Querer. No poder. Pastora. Frustración. Estoy sola. No me siento. No soy.

Versos. Ensueños. Canciones. Rosario. Auroras. Gimiendo. Sonrisa. Palomas. Sevilla.

Danza. Miseria. ¡Justicia!. Quebranto. Alameda. San Lorenzo.

Pasos. Compases de espera. Espera. Esperanza. Jazmines y nardos.

Anís. Yerbabuena. Geranio. Albahaca. Un barco. el Río. Un grito callando. Problemas. Historias. Desprecio. Hastío.

La noche. Oscuro. El Miedo. La Gloria. Trabajo. Amantes. Amado. Amando. Amar. Vocación.

La brisa. El Fuego. La nada. Empujan. Me quema. Me hielo. Sonido. Silencios. Francesco. Cenobio. Campana. Torre. Plaza. Placita Blanca. Otoño. Jacaranda. 

La duda. La brasa. Un salto al vacío. Un bolo... Otro bolo más. Y yo como siempre... con la casa sin barrer.

viernes, 28 de octubre de 2011

Te regalo...

Te regalo un trozo de vida que no viví (tú sí), un sonido flotando en el universo atemporal de las evocaciones. Un espejismo de proyectos rotos. Tu antigua casa. La casilla de los locos.

Te regalo una canción, sin voz, como tú; olvidada por todos... o por casi todos, como tú. Bueno... como tú… y como yo. Tu canción. Nuestra canción. Mi canción preferida. ¿Sabías que es mi canción preferida?. Yo también la he escuchado hasta la saciedad... en un disco. Sí... me acuerdo que el disco me lo compré con lo que me pagó una turista francesa por una clase de Sevillanas que le di en una habitación de hotel en el Barrio de Santa Cruz.

Te regalo este trozo de algo que ni siquiera me atrevo a definir, porque no lo conozco. Hace años que sabía que esto fue, que pasó, que ocurrió cerca del suelo que piso cada día, en mi misma ciudad, mucho antes que Mobile, que Danzaterapia, que la fiebre de la integración, de la inclusión, de la autogestión y de su puñetera madre. Antes de la sutileza. Antes de que yo tuviera siquiera noticia de que esto existía.

He buscado este video antiguo, caótico quizá -medio borrado de años- por cielo, mar y tierra. Ayer lo encontró un amigo y me lo pasó... y me acordé de ti. ¿Te acuerdas tú de estos?. ¿Estabas allí?. Estabas allí, ¿verdad?. ¿Sonaban tan bien como me suenan a mí?. Ese piano... ¿sonaba de verdad, o no...?. ¿Photoshop?, ¿Videoshop?, ¿Teclashop?... O Síndrome Marinelli (dos docenas de dedos en cada mano... Probrecito... nació ya así y sin remedio, y no lo iba a tirar la madre al cubo de la basura. Sobre todo porque tenía la mujer a dos iguales y el delito iba a ser por duplicado. Además, que tiene que haber de todo en la viña del Señor, ¿o no?).

Pero tú... ¿estabas de verdad allí?. ¿Tú?. ¿A ti... te gustaba toda esa música?. ¿Tú... rockero?... ¡Anda ya!. Tú no. Tú, el "abuelo" del taller, tú tranquilo, absorto en tus largos paseos, aspirando sólo a tomarte un café de máquina en el pueblo con las cuatro perras que te da la gobernanta. Estás demasiado cargado de años, demasiado doblado. Más quemao que la pipa de un indio, que la Exposición Sevillana y el Pabellón aquel de la Expo. Más quemao que tú mismo, abuelo... más quemao que tú, por no decir más que yo.

Claro... que... pensándolo bien, esto fue en el 84, ¿no?... Entonces yo estaba haciendo la Comunión en el Corpus Christi, no sabía dónde estaba San Lorenzo, menos La Alameda (uuuuhhh, lagarto, lagarto... que entonces sí que tenía sentido aquello de "no niego que te he querío"). Sevilla, para mí, terminaba en la puerta del Corte Inglés que daba a La Gavidia (que en realidad no daba a La Gavidia, sino a La Concordia). Escuchaba a Parchís, Enrique y Ana y al mormón ese que cantaba con los Pitufos. ¿Sabes?... entonces yo no sabía bailar ni las Sevillanas. Y tú... tú podías tener chispa más o menos la misma edad que el de los teclados... el chico, el que murió. Echando esos cálculos... Más raro es que lo flipe yo, que no que lo flipes tú.

Te regalo lo que me regalaron ayer. Sabe Dios quién y dónde lo encontró. Quién lo grabó en su día... tú sabes dónde.

No te preocupes... ya sé que no eres el trabajador de la semana. Si hubieras estado fuera probablemente ya te habrías jubilado, o serías uno de esos funcionarios -quemadísimos- del "vuelva usted mañana". Pero da igual... te lo regalo. No es un premio, no tienes que ganar nada. Es un regalo. Porque sí, macho... porque sé que te gusta. Que te he quincao, que cuando los pincho en clase para los de la Danza te escaqueas del taller y te acercas a escucharlos.

Toma, pa' ti. Disfrútalo y que te cunda, tío. Te lo regalo.

Pero dime: Tú... de verdad... ¿estuviste allí?.



Alameda, 1984
Festival SALTA LA TAPIA, en el antiguo Hospital Psiquiátrico de Miraflores (Sevilla)

lunes, 8 de agosto de 2011

Cuando cuesta amar

Cuando cuesta amar, y entre los brazos,
dormida la esperanza, parpadea
como sórdido fantasma por la nada
la guadaña del hastío y la impotencia.
Cuando cuesta amar,  y si se ama
es porque se amaba ayer a manos llenas.
Y no hay lágrimas de sal en la partida
porque ya sólo partida es lo que queda.
Cuando quieres esperar, pero te falta
el amado sortilegio del que espera,
la serpiente de la muerte escarba abismos
en el alma de soledades hueras.
Te has marchado, o tal vez yo me he marchado.
¿Qué pasó?. ¿Y cuando fue la hora aquella?.
¿Murió solo?, ¿lo mataron?, ¿sigue vivo?.
¿Agoniza quizá?. ¿Quizá despierta?.
Desandar lo nuestro, correr otros caminos.
Sin pensar por qué, andar otras veredas.
Nos buscamos, alejándonos acaso
Sin querer pensar que el tiempo no nos vuelva.
Cuando pesan las tibiezas en el alma,
siendo el alma tan ajena a la tibieza…
Y una mentira falsa y piadosa
Sin sentirla, empeñamos en creerla…
Nos hacemos daño hundidos en el sueño
de un abismo en la mitad de la Tierra.
Ni te dejo, ni te quiero, ni me miras,
Ni te miro, ni me quieres, ni me dejas.
Porque faltan los suspiros en el alma.
Porque el alma se nos ha quedado seca.
Y nos pesan los fracasos, y nos falta
Los abrazos, las caricias y la entrega.  

                 -----oooo-----

No supimos. Solamente amamos sin reparo.
No sabíamos qué era la quimera.
No entendíamos, y otros no entendían.
Escapamos del siglo y de la esfera.
No quisimos rasgar el tenue velo
que nos regaló una vez la luz serena.
Y vivimos sin vivir, y cavilamos
que tan sólo con amar preciso fuera.

Pero no. No supimos. No entendimos
que no se puede ser sin que otros crean.
Que las miradas pueden ser puñales.
Que la soledad es mala compañera.
Que cuatro brazos no son más que una isla
sin mar, en el mar de la maleza.
Y que puede más un corro de vecinas
que todos los amantes de La Tierra.

lunes, 1 de agosto de 2011

El sueño de un desterrado (I)

“Guarda en su finura el sueño
 de una vocación perdida.
 Todo terruño añorado
 duerme en su perfil pequeño.
 Ella Misma es todo sueño,
 y en soñar le va la vida.
 Mas es Ella lo soñado...
 Que el Sueño de un desterrado
 es la Tierra Prometida.”




Dicen que no era de Triana...

Que llegó con el alma ya vieja desde la otra margen del río.

Vicisitudes políticas de una España revuelta, que nunca fue "una",  lo sacaron de su casa a golpe de decretazo, le privaron de llevar consigo sus señas de identidad, lo apearon del camino que en otro tiempo decidió tomar, y lo disfrazaron de persona normal, sin ideales, sin idiosincracia... un personajillo al uso de la época.

Probablemente se pudo ir de Sevilla, y así habría evitado todo lo que pasó después. Muchos lo hicieron. En las Américas todo era distinto...

Pero no se fue.

Lo tuvieron pululando, paseando su destierro sentimental, por varios barrios de la ciudad. Y cuando ya le pesaba el alma demasiado, lo mandaron a Triana... para más inri a Triana... al otro lado del río, donde la palabra DESTIERRO ya no era solamente una manera figurativa de nombrar el desarraigo. ¡Ay, el río!... ¡el Río Grande!... Qué grande es... algunas veces.

Se llamaba Miguel, igual que el arcángel que vela por Sevilla. Nunca cambió su nombre. ¿Para qué?... Suelen cambiarlo los frailes para reseñar algún santo de su devoción, a menudo la devoción de su ciudad natal, y luego se colocan el nombre de su tierra por apellido. Pero él ya tenía a su tierra en su nombre de pila. "Fray Miguel... ¿de Sevilla?"... Hubiera quedado redundante y un poco hortera, la verdad.

No hay peor destierro que el que te separa de tu propio ser. Ni mayor crimen que mutilar un alma arrancándole algo que le es esencial, como sus creencias y su vocación, sean estas, y aquella, las que fueren.

Se llamaba Miguel, nació en Sevilla, ya no era capuchino, y como todos los desterrados y los parias de todos los tiempos y lugares, soñaba con regresar a la Tierra Prometida, al tiempo de las flores.

Y lo mandaron a Triana... que no había otro sitio... Tuvo que ser a Triana, con el río de por medio. Y en Triana, soñando en la Tierra Prometida, en el Sueño más Sevillano, intentó, por un instante, traerlo desde la orilla de su pasado. Luego pensó... y al cabo dijo para sí: "Sí... eso haré... La traeré hasta aquí. La traeré hasta Triana. Será el Sueño de Triana, igual que lo es de Sevilla".

En cierto modo, Miguel hizo lo mismo que Isidoro, pero al revés: Isidoro pensaba... pensaba en cómo tenía que ser aquella Señora que encandilara a Sevilla. Pensaba y no daba con la clave... hasta que lo soñó. Miguel soñaba con la Tierra Prometida. Soñaba, pero no podía poner en claro aquello que soñaba; no lo atinaba a pensar con la consciencia necesaria para el que quiere poner en pie un proyecto más o menos de futuro.

En vano buscó por toda la ciudad, a un lado y al otro del río, un rostro, una cara, unos ojos... que expresaran aquello que él sentía cuando pensaba en Ella, casi ensoñando. Fueron bocetos y bocetos... artistas y más artistas... madera, barro, papelón... Y no, aquello no era... ni aquello, ni aquello otro, ni lo otro... ni lo de más allá. Aquello... no era lo que él quería. Eran bonitas, pero no era Ella.

Cansado, quizá a punto de dejar volar su sueño, sentose un rato al pie de la Virgen marinera. Lloraba, pero en su semblante había algo... algo que no dejaba morir aquella especie de bohemia, de ensoñación, que el viejo cura albergaba en su pecho. "Con razón te llaman Esperanza los trianeros", le dijo muy bajito. Y se levantó lentamente, y caminó hasta el puente -el puente de barcas- porque aquella mañana había de bajar a Sevilla.


Había ya dejado Triana atrás, y aún en la otra orilla sentía aquella brisa marinera llena de esperanza que junto a Ella había sentido. Recorría las puertas y las calles. Iba absorto. Quizá en la Esperanza. Quizá en la Tierra Prometida. Quizá era que conocía bien el camino. Al fin y al cabo, se trataba de su ciudad, y él había nacido en aquella margen del río.

Mas de repente, sin quererlo, sintió que algo parecía mirarlo desde una ventana de la calle. Sin saber por qué, como prendido de una intuición que no fuera la suya, volvió la cabeza. En seguida reconoció aquel rostro.

Tras la ventana, un viejo escultor sacaba algo a la entraña de un agreste leño... Miguel no pudiera haber jurado el qué. Al fondo, sobre un armazón desnudo hecho con listones de madera, estaba Ella, la que había atraído su atención, sacándolo de la abstracción en la que caminaba.

Era apenas una niña. Morena, como la Esperanza. Su rostro trasminaba dulzura. Parecía que soñaba, absorta en no se sabe qué tiernos pensamientos. La serenidad hacía nido en sus ojos. Nada quebraba la inocencia de aquella muchacha que miraba, solícita, hacia la ventana. Soñaba. Un anhelo de tierras lejanas, devueltas en la ternura de lo recordado, parecía transir su sueño, más tan leve y dulcemente que la pena no hendía una mínima raíz por entre sus ensimismadas cavilaciones, ni en las de aquel que se regalaba en su mirada.

- Oiga usted, buen hombre... ¿Es suya esa Virgen?.

- Sí, mía es?. ¿Por qué?.

- Se parece a la Esperanza, a la Esperanza de Triana.

- Sí... algo. A mi padre le hubiera gustado verla. Fue mi padre el que talló a la Esperanza. Algunas veces el recuerdo me embarga, y entonces parece que fuera él el que me guiara las manos... Sin embargo, ésta es de Gloria. La Esperanza, de pasión.

El hombre hablaba, sin quitar la vista, ni acaso la atención, de lo que estaba haciendo. Miguel, ávido y absorto a un tiempo en aquella visión, seguía preguntando.

- ¿Qué Virgen es?.

- No sé... no es un encargo. Aún está por terminar. Sólo le tengo el busto, la cara. A decir verdad, que lo mismo puede ser una Virgen del Rosario, que de Belén... o una Virgencita del Carmen. Cuando termine Ésta me pondré con Ella... y Ella sola me lo dirá lo que quiere ser.

- ... O una Pastora.

Por un instante los dos viejos se miraron. El escultor no había caído jamás en que aquel rostro pudiera ser el de una Pastora. A Miguel no le cabía el beneficio de la duda. Cuando un rostro te dice algo clara y meridianamente no hay vuelta de hoja, o lo que es lo mismo: una imagen, cuando se representa ante ti tan nítidamente, vale más que mil palabras.

- ¿Una Pastora?...

- Una Pastora -insistió Miguel- Una Pastora para Triana.

 

viernes, 15 de julio de 2011

Tenía once años...

Tenía once años para cumplir los doce. Once años pero de los de hace veintitantos, que hoy los niños con once años te dan once vueltas a la derecha y otras once a la izquierda, y a lo mejor les sobra para darte alguna más o mandarte directamente al carajo. No… mis once años eran ONCE años de los de toda la vida: sin videoconsola, sin netbook y sin tuenti.

Acababa de entrar en Segunda Etapa, y en el piso de arriba de mi colegio de monjas. No me gustaba correr, no me gustaba saltar, no me gustaba andar ni jugar al baloncesto. Era un pato mareado, y no sabía bailar las Sevillanas.

No iba malamente en el colegio. Aparte de Gimnasia, que la tenía MD (natural: Muy Deportiva) desde los seis años, y las matracas, que las venía aprobando por cinco décimas desde los siete… no iba la cosa del todo mal.

Comía por siete, pero la gordura nunca fue un problema para mí. Al fin y al cabo, bonita, lo que se dice bonita, nunca lo fui, ni sin gordura ni con ella… aunque eso, la verdad, tampoco me importaba demasiado. Si yo disfrutaba como un cochino en un charco comiendo… ¿por qué me iba a privar?, ¿para que no se me quedaran chicos los chándales y los uniformes a mitad de curso?.

Mis más preciados valores eran Perlita Blanca, mi muñeca repollo recién salida de fábrica, y mis dos perritas Poochie: “la de verdad”, toda de peluche en blanco y rosa, y la de plástico, que por dentro era un tampón de tinta de colores.

Soñaba con tener unas manoletinas de charol de las que siempre había en el escaparate de la zapatería de los columpios rojos, un canario flauta y el muñeco que estuviera de moda por Reyes. No había más.

Bueno… sí, sí había más: también soñaba con tener unos zapatos de tacón y un traje de gitana, que tuviera muchos lunares rojos de esos enormes de galleta, y a ser posible de Las Pardales, que según mi madre eran unas muy famosas que cosían.

En mi casa, no gustaba la Feria, para qué nos vamos a engañar. La verdad es que hubiera sido un puntazo imaginar a mi padre vestido de corto, con sombrero incluido… y a mi madre un poco piripi de finito o de manzanilla.

Yo la verdad es que la Feria no la echaba de menos (ahora sí, ahora sí que la echaba si pudiera… pero de Pernambuco para allá). A lo mejor por que eso de los cacharritos no era para mí, que yo me subo en las escaleras mecánicas de esos grandes almacenes que hay en la Plaza del Duque y ya voy agarrada hasta a mi corazón. O porque nunca tuve demasiada suerte con las rifas, y la única tómbola que me gustaba era la pequeñita que se hacía en mi colegio de monjas el día de la fiesta de final de curso, que para montarla traíamos todas los juguetes viejos de cada casa, las muñecas de trapo de dos cumpleaños atrás, los cuentos de colorines y los Juegos Reunidos Jeyper.

Yo, Feria, Feria, lo que se dice Feria… A mí no me llamaba la Feria.

Yo lo que quería era un traje de gitana y unos zapatos de tacón de la tienda de los columpios rojos.

Y en casa tuvieron la genial idea de que a la niña no se le compraba traje de gitana como no supiera bailar las sevillanas.

Todas las compañeras del colegio tenían traje de gitana. Años después me enteré de que muchas de ellas no sabían bailar las sevillanas. Pero el caso es que yo no sabía bailar las sevillanas. Y claro… sin sevillanas no hay traje de gitana, y menos de Las Pardales.

Hasta que un día me decidí a aprender las sevillanas.

Y he aquí que iba un Lunes dos de Febrero de finales de los ochenta, a las seis menos diez de la tarde, una servidora que aquí suscribe, comiéndose un bollo con Fuagrás Bolado, con el uniforme de Calasancias, unas castañuelas de Filigrana de papel prensado con cintas colorás, como las de La Canastera, y mis tacones negros recién comprados en la zapatería de los columpios rojos, de esos baratos de las hebillitas, andando plácidamente por donde la tapia de La Catalana de Gas, que hoy ya no hay ni tapia, ni Catalana… ni acaso existe el Fuagrás Bolado… camino de una academia de barrio, que era de la que enseñaba baile en el colegio a la hora del recreo, y que estaba en una bocacalle de la Avenida de Felipe Segundo, cuando Felipe Segundo era avenida… que hoy en día la han dejado en callejón y va sobrado de nombre.

Y mira que la monja que me daba Ciencias me decía: “Laurita, Laurita… Si Lourdes es capaz de enseñarte a ti antes de que te canses la primera sevillana… yo le pongo a Lourdes un monumento en el medio del patio del colegio”. A la buena mujer -eso sí: de poca fe- le faltó decir que si me enseñaba mínimamente a hacer el paseíllo iban a quitar de la capilla a la Pastora e iban a poner una fotografía de la profesora de baile, con palillos de Filigrana incluidos. …La de veces que después me he acordado yo de esa mujer y de sus proféticas palabras (y de la santa de su madre, de camino)…

Pero yo estaba dispuesta a tener mi traje de gitana, de Las Pardales, por supuesto, y para la cuenta que le había echado a la jodía monja desde que me preparó para la Comunión

Y bueno… así fue. Para Abril tenía traje de gitana y las cuatro sevillanas aprendidas (entre alfileres, pero aprendidas). Eso sí: el traje me lo hizo una de Rochelambert, no Las Pardales. Cosas de mi amantísima madre: toda la vida prometiéndome un traje de Las Pardales y ahora me lo hace una de Rochelambert, la que se lo hacía a mi amiga del colegio de monjas…

Pero resultó que para entonces ya no me importaba tanto mi traje de gitana, ni que me lo hicieran Las Pardales, ni que tuviera muchos lunares rojos de esos enormes de galleta... Me llamaban más mis zapatos negros de tacón, de esos malos de la hebillita que vendían en la zapatería de los columpios rojos, y mis castañuelas de Filigrana de papel prensado, con cintas colorás, como las de La Canastera.

Tenía casi doce años. En la segunda evaluación me acababan de dejar colgadas las matemáticas, pero había sacado un suficiente en Educación Física.

Soñaba con bailar en la fiesta de fin de curso de mi colegio de monjas, y con unas zapatillas rosas de ballet que había visto en Deportes Zeta.

A la monja que me daba Ciencias la mandaron al colegio de Sanlúcar y vino otra de Sanlúcar a la que le echábamos menos cuenta todavía.

Empezaron las clases de ballet, los primeros ensayos encerrada en mi cuarto, las broncas en casa (¡¡Esta niña… que no estudia!!, ¡¡todo el día bailando con la música a toda voz!!), los discos de Los Romeros de La Puebla, la primera falda de ensayo, la moñera de crochet de lana rosa…

Las rabonas al revés: mamá, me voy un rato a la calle… (a la calle de la academia, y con las castañuelas escondidas en los bolsillos). Los ratos perdidos en la capilla del colegio, contándole tanto como anhelaba bailar a una Virgen con cara de niña, vestida con un chaleco de borreguito y un manto azul celeste, que tenía dos ovejas -una a cada lado- y un Niño Dios sentado en el regazo, vestido de pastorcito. Los primeros poemas, que hablaban de Pastora y Baile, de vocación, de libertad, de mí, de mi academia y mi colegio de monjas. Los fandangos de Niña Lola, las rumbas de Bambino, Rosa, La novia del campesino, Compasión, Marinería, Amanecer en el puerto, Andaluces de Jaén, Cigüeñas de Palacio… alguna de Claudio Baglioni…

Creía, cosas de la inexperiencia, que me había hecho mayor. Que había inventado la palabra Vocación, y con ella Amor, y con todas Danza.

Se me fue haciendo pequeño mi colegio de monjas, igual que se me quedaba chico el uniforme gris de cada curso, de Septiembre a Junio. Quizá por eso me empezó a gustar. Le dejé de tener tanta tirria a Madre Dolores, sobre todo porque en Sanlúcar hacía menos pupa con la tabla periódica y con los “patos de Federico” y los “pitos de…”. Bueno… no me acuerdo de quién eran los pitos.

Me puse a dieta para poder bailar mejor.

Después…

Después vino todo lo demás.

sábado, 25 de junio de 2011

Feliz Navidad

No… no me he equivocado de fecha. Bien podrían estos calores de Sevilla haberme reblandecido las ideas, y haber perdido norte y sur del día en que vivo. Pero no… sabes que no.

De más sabes a qué me refiero…


Hace más de un mes que me llevas preguntando en qué cae el día de la última actuación.

Hace más de un mes que los Viernes se te notaban los ojos perdidos. Que de vez en cuando la formabas en los ensayos, y que no dejabas de hablar de sitios que sólo conozco en tu voz.

Hace más de un mes que llevas esperando la víspera del  Corpus como agua de Mayo en Junio.

El Martes tuvimos el último bolo del curso. El Miércoles, fiestuki y maleta. El Jueves, a casa… ya no se te puede pedir más.

Es curioso cómo a veces, distancias que parecen cortas, se sienten como enormes abismos de espacio y tiempo, más que otras que se presumen más largas. ¿A cuánto puede estar Huelva de Sevilla?. ¿A cuánto de cualquier pueblecito del Aljarafe?. ¿A cuánto puede estar tu Navidad, de mi Alameda de Hércules?. Cualquiera diría que en una hora y cuarto iba apañado y de sobra. Para ti, la distancia dura meses largos, todos los barrios de Sevilla y dos o tres poblaciones ribereñas. Supongo que te has acostumbrado ya, pero tus ojos, los Viernes que te toca escapada, no me dejan creerlo del todo.

Pocas cosas debe haber más duras que vivir, por causas ajenas a tu voluntad, lejos del terruño que te da vida. Todos tenemos uno. Hasta Francesco, que decía que iba de paso por la vida, como todos los locos bohemios que han salpicado la historia de la humanidad, tenía su patria chica, su porciúncula, su pedacito. Y Don Bosco, dicen en el arrabal de San Antonio, soñaba por las noches con Valdocco, su barrio. Juan Ramón con Moguer, y Alberti con el mar.

A ti, te tocó nacer en Navidad. Y por lo que cuentan en los periódicos de tu ciudad no debe ser ninguna maravilla, pero es tu barrio, tu ciudad, tu pequeño terruño. Tu tierra sin promisión, perdida y jamás recobrada, reencontrada, a veces, una semana en Navidad, dos en Verano y, alguna vez, días sueltos en Semana Santa.

No conozco tu barrio… sino por tu boca. Miento: también por algunas líneas que han salido a mi encuentro sin quererlo en alguna página de sucesos del Odiel, o de Huelva Información, encontradas por casualidad mientras que buscaba la crónica de nuestro bolo en la UHU (qué nerviosa te pusiste), o el último concierto de Alameda.

A Sevilla, no llega nunca nada de tu barrio. Lo sabes… ¿qué te voy a contar yo a ti?. Aquí se habla de las marismas cuando salen las carretas, del Colombino cuando los supercracks de la “superliga de las estrellas” están de vacaciones, de la Catedral y de la Concepción cuando a Canal Sur le conviene sacar santos en la tele, de la Casa Colón de vez en cuando y del Carrasquito de OT cuando vende sacar a un andaluz guapo en la tele. Como mucho, mucho, del polo químico cuando algún ecologista charao le mete mano al asunto… sabe Dios si con intención de hacer algo por la causa, por pasar el rato, o por llevárselo calentito también como el resto de politicuchos de turno. Pero de La Navidad… nada.

Quizá es por esta sociedad a medio globalizar, en la cuál Nueva York está más cerca de San Lorenzo que la Plaza de la Mata; tu barrio, a años luz de de mi Alameda; tu mundo interior, a insondables abismos del mío, muchas veces… más de las que quisiéramos las dos. Esta sociedad que, de vez en cuando, deja agujeros negros de los que sólo se acuerda muy de tarde en tarde, cuando pasa algo gordo -muy gordo- y nunca en horario “prime time”. Así es la vida (perdóname que no te lo ponga en francés, que queda más fino… pero ni tú lo vas a entender ni yo lo sé escribir).

Quizá por eso no sé casi nada de tu barrio. Tan sólo lo que me dicen a diario tus ojos cansados, tu baile lento de matrona gitana, esa sensibilidad tuya y esa sabiduría para darte cuenta -demasiado- de demasiadas cosas. Esas ganas de vivir, a veces truncadas en tu hondísima tristeza de “niña yuntera” de Hernández, y otras veces rebosante, chispeante de quien en realidad eres, aunque no te hayan dejado ser.

De verdad, que tan sólo eso conozco de tu barrio. Pero… ¿acaso necesito conocer algo más?. Es lo mismo de siempre. Los parias, mi querida compañera, hablamos el mismo dialecto aun cuando lo callamos, y en todas partes del mundo. Pobreza, falta de oportunidades, frustración, malos caminos tomados quizá por malas veredas, espejismos de ambrosías que empiezan con el morbo de lo prohibido y terminan en los escombros del ser y del estar, cadenas visibles e intangibles que atan a personas a las que se les privó del ejercicio de serlo demasiado pronto, o quizá no se les concedió nunca. Basura… Putrefacción de una sociedad que esconde su hediondez, pero sólo donde viste oler bien.

Hoy no hemos tenido ensayo. Ayer nos dejamos el alma a girones en el Salón de Múltiples de cualquier pueblecito perdido, en un bolo del que tampoco hablará ningún periódico de Sevilla ni de Huelva. La musa, y el trabajo de todos nosotros durante meses, quisieron que la Danza brotara en aquel recóndito lugar, tan nuestro, como una flor, con ese olor que sólo desprenden las flores de la libertad, asilvestradas por más que cuidadas, que se siembran en el alma, se riegan con las lágrimas de cada día y el sudor del trabajo diario y se dejan florecer a rayos lentos del mismo sol que brilla en mi tierra y en la tuya, lejos del calor artificial del invernadero y de la macroproducción en masa que en este tiempo parece arrasar con todo lo humano.

Te he buscado al salir de los talleres.

- “¿Y ‘mi’ choquera?, ¿Dónde está mi choquera?. ¿La han acercado ya a Plaza de Armas?”.

No te había visto en todo el día. El trabajo apremia. No hay tiempo para parar en toda la jornada. Tú, cuando no estás en los ensayos y clases de la Compañía, trabajas abajo. Yo, arriba. Te he dado un abrazo, que se me antoja hubiera sido más largo y más fuerte… si yo no fuera, como tú, tan mía, tan retraída, y no me costara tanto decir “amiga” aunque lo sienta. Bueno… y si el autocar no hubiera estado a punto de salir.

Y nada más… a éstas tú ya estarás en Huelva, probablemente en Navidad, probablemente contenta, radiante como niño con zapatos nuevos, en la Tierra Prometida, que no en el Paraíso.

Cuídate, descánsate (te pienso dar caña de España a partir de Septiembre y te necesito con fuerzas), dale las estampas de San Antonio que te guindé del Convento de mi Pastora a tu gente… en especial a ese que tú ya sabes… por lo tú que ya sabes también. Ensaya de vez en cuando, y acuérdate de la “güeso inrroíble” de ‘la’ de la Danza. feliz…

Feliz Verano, amiga.


… Y Feliz Navidad.

martes, 31 de mayo de 2011

Un poema de Juan Ramón



Lo que Vos queráis, Señor.
Sea lo que Vos queráis.

Si queréis que entre las rosas
ría hacia los manantiales
resplandores de la vida,
sea lo que Vos queráis.

Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
sea lo que Vos queráis.

Gracias si queréis que mire.
Gracias si queréis cegarme.
Gracias por todo y por nada.
Sea lo que Vos queráis.

Lo que Vos queráis, Señor.
Sea lo que Vos queráis.



Hoy le ha tocado a Juan Ramón...

Mañana le tocará a uno de mis compañeros. Al fin y al cabo, le tocará a toda la compañía. Me tocará a mí, que hoy he musitado entre danza y danza también éste poema, que mañana bailará uno de mis bailarines, sin saber muy bien si le hablaba a un Dios preconcebido o a Aquel otro inconcebible, inconceptuable, al que a veces me encomiendo.

Me llevo el año esperando como agua de mayo la próxima actuación... Cuando pasan y pasan meses sin un aviso, una llamada, un círculo de 'edding' rojo en el calendario, me desespero. Pero qué abismo insondable cuando llega. Qué salto al vacío tan enorme cada vez... y cada vez más.

Sé que no debería darle tanta importancia (¿o sí?), que no debería de "atacarme de los nervios" como me ataco, y que muchas de las incidencias que tanto me descolocan las provoco yo misma -el gran peso que siento en el alma es que las sufrimos en comandita- con mis torpes olvidos, fruto de mi nerviosismo o de mi agotamiento.

Sé que no debería ser tan puñetita -así, dicho a la sevillana manera- y debía dejarme caer en el valor demostrado de mi compañía, que para eso me lo demuestra día a día, trabajando... haciéndome vivir intensamente cada día. Que si algo falla -que no tiene por qué- fallará, y probablemente se saldrá del paso.

Que he pagado entradas de primeros teatros, y he hecho viajes, para ir a ver meter una gambada a más de uno de mis inalienables... y he salido del patio 'butacas flotando en sueños, con gambada incluida. Que a veces vale más un paso a traspiés en una danza que trasmina a humano, que el encorsetado movimiento perfectamente aprendido de tantos autómatas sin corazón, de esos que cada vez abundan más en esta profesión, y en esta sociedad enferma de informática, ofimática, domótica, robótica, y otras yerbas... que ya no saben oler ni siquiera.

Sé todo eso y mucho más... y aún así no puedo evitar sentirme en el vacío. Imagino que es congénito. Que nació conmigo y me moriré así. Así, no: peor. Peor cada día. Peor cada escenario. Cada actuación, más pequeña. O tal vez será que la Danza es cada vez más grande. O quizá sólo que yo soy cada vez más vieja.

... A saber.

Vicisitudes. Cambios de última hora. Un transporte que falla. ¿Por qué no tendré ya carné y utilitario?. Botones por pegar que no se pegarán. Un maillot y una falda "de refresco", por 'si aca'. Mil veces y mil veces más revisar cada detalle... y esa sensación, casi siempre constatada en el vestuario, lejos de casa y del estudio, de que se te ha olvidado algo. Tiritas, por si un zapato roza. Árnica con Romero, por si algo duele. Para el alma... ¿qué me llevo?... Dos sancionados que se nos caen del elenco (la madre que los... en qué líos me meten a veces). Un baile que lleva un suplente -ese crack "a lo Messi" al que a las últimas siempre acudes- ensayado de dos días. Nerrrrviossss. Salto al vacío, sin saber si esta vez la piscina estará llena o me daré de bruces con el fondo, ni cuántos se estrellarán o flotarán detrás de mí.

The show must go on. El espectáculo debe continuar, siempre. Por encima de mis miedos, de los sancionados, de los imprevistos, de los malos rollos, del corchete que se cae, de la cremallera que se parte justo antes de salir a escena, del audio que furula lo justo... cuando furula lo justo, de los escenarios sin espacio suficiente, de los vestuarios improvisados con un separador o un trapo colgao de un cordelito, de las asesinas escaleras de caracol, tan preciosas ellas... para subir en plano y relajadamente...

P’alante, como el tren de Alicante.

Mieeeerrrrda. Mucha, muchísima mierda.


... Sea lo que Vos queráis.

domingo, 8 de mayo de 2011

Jacarandas

Hoy la he visto. No la buscaba, pero se vino a mis ojos. Como un niño que enseña orgulloso su juguete nuevo, parecía querer decirme ¡mira: ya tengo flores!.

Apenas tenía dos o tres ramitos. Todavía no ha brotado del todo, pero ya lucía su traje nuevo, morado... que en Mayo no es luto, y menos para las Glorias.

Dicen que la jacaranda no es de Sevilla. Que vino de las Américas para adornar la vieja Exposición del 29. Esa de la que hablaba el Pali.

No lo sé. No sé si es o no sevillana. Supongo que no. Pero ha hecho de Sevilla su segunda patria, su casa, su mejor jardín.Toda Sevilla se llena de jacarandas florecidas cada Mayo, y casi todos los Otoños. Sí, en Otoño, porque la jacaranda, por más que delicada, florece dos veces... cuando le apetece.

Y Mayo ya está a la vuelta de la esquina...

Poco a poco la más sencilla de las flores se irá abriendo paso entre las delicias florales de una Sevilla que la espera con los brazos abiertos.

Nacerá como siempre delicada, fragante, asoslayada para que los soles y los vientos de Mayo no la quemen. Siempre de soslayo. Como la esperanza, como casi todas las cosas buenas de la vida.

No hay duda: esto ya no tiene marcha atrás... la Gloria se va instalando en el alma... van aflorando anhelos, que son como las jacarandas del alma: siempre fragantes, siempre asoslayados... juguetillos delicados que tienden a florecer más de una vez. Y una va mirando por las calles, para ver cómo y cuánto están floreciendo las jacarandas... y pensando: "Mayo es cuestión de días. Ya va a estar Sevilla alfombrada de morado..." mientras que deshoja días en el calendario.

Cuando la "suya", esa que espera cada año verla entrar por la calle Guadalquivir, esté cuajada de flores será la hora de despertar. La Gloria se habrá apoderado definitivamente del alma y el País del Eterno Otoño volverá, por un día, a ser tomado por la Primavera.

Por una primavera pujante, que sabe que es Primavera porque una Jacaranda Bendita, sencilla, asoslayada, límpidamente sevillana, ha brotado en sus entrañas como una inmensa Fuente de nueva Vida.

Ya está floreciendo de nuevo la jacaranda, Sevilla.

Placita... qué poco queda.




(Escrito a finales de Abril de 2009)




Se me ha hecho quizá demasiado tarde. Se me ha venido Mayo encima, y ya las jacarandas están en plena floración. El día 21 de Mayo, Tercer Sábado de Mayo, como casi siempre, la Gloria de San Lorenzo saldrá a pasear por las calles del barrio desde su Convento de San Antonio, y el cielo de Sevilla la verá pasar dulce, asoslayada, como una jacaranda... como casi todas las cosas buenas de la Vida...

Corpus Christi en Sevilla. Ocho de la tarde. La calle San Vicente se ha vestido de Primavera. San Antonio es un hervidero de esa alegría de lo sencillo, esa que sólo se puede paladear a pequeños sorbos. María, la de la Placita... vestida de Pastora, sencilla, como siempre, estrenando anhelo y Primavera nueva. Albor de mantilla... La primera estrella que se alza en el cielo para decirle en silencio que en la calle Guadalquivir el día se muere por Ella. Campanas al repique desde las dos atalayas.

... Y se va, navegando, río manso, barrio abajo, en un barquito de plata y flores que sólo lleva por remos los anhelos; por vela... una bohemia rama de álamo que sueña ser rosal para acariciarle el pelo con pétalos de seda. Revuelo de herberas y rizos de pilistra.

Que el País del Eterno Otoño también tiene su Primavera. Que Mayo tiene que llegar para todo el mundo, y San Lorenzo la espera como agua de Mayo. Que Mayo no se abre en el barrio hasta que Ella sale a la calle.

Que Mayo ya se escurre por el calendario y San Lorenzo sueña...

Sueña, barrio de Otoño... Sueña primaveras dulces, serenas, asoslayadas como jacarandas. Sueña, barrio del alma, esencia del corazón de Sevilla... Sueña el Sueño más Sevillano, el de los locos bohemios, el que borra otoños en el alma...

Qué poco queda ya, Placita... Qué poco queda...