sábado, 24 de marzo de 2012

La Cochera


La verdad sea dicha que no es ni fue nunca el Palacio de Liria... ni siquiera arquitectónicamente tiene nada digno de ser reseñado, si no es estar en plena calle Santa Ana, a dos pasos de San Antonio, a tres de San Lorenzo, a cuatro de San Clemente y a un trozo de calle de la Alameda de Hércules.

Probablemente tiene la misma planta, la misma alzada y la misma finalidad que otros muchos locales que puede haber en Sevilla, en los bajos de un bloque de pisos de una calle estrecha, poco comercial, que terminan siendo almacenes o trasteros del comercio de la calle principal del barrio, dos manzanas más para arriba, o el garaje de la vivienda de al lado.

En realidad, lo único especial que tiene aquel lugar, que en tiempos fue el almacén de una tienda de cunas, es el ser la casa de hermandad de mi Hermandad de la Pastora de San Antonio. Por lo demás es como tantas otras mini-navecitas urbanas de las que, nada más que en el distrito dos, puede haber miles... con su portón de hierro pintado de verde, horrorosa y gratuitamente "adornado" por esos pseudo-grafittis a medio terminar de gamberros nictálopes que, encima, no saben ni pintar grafittis en condiciones.

Posiblemente por todo eso, el por entonces guardián del -por entonces- Convento de San Antonio, en un ataque de "genialidad", le largó el mote: la Cochera.

La Cochera va variando de mobiliario según a Fulano se le haya quedado en desuso un armario, o a Setana una mesa, o a Mengana la de Perengano un aparador. Se diría que está hecha como los lápices del name: a cachitos. A retazos de vida de unos y otros: los que se quedan, los que se van, los que están siempre, los que pasaron por allí un instante en sus vidas y, no se sabe por qué, dejaron algo de ellos en el ambiente, en el paisaje y en el paisanaje interior del habitáculo, todo un país en sí mismo o, al menos, para algunos, una Patria.

El mueble viejo que en casa sobra o estorba, en la Cochera se convierte en ese armario para guardar parte del ajuar de la Virgen, que llevaba años en proyecto de adquisición y sin poder entrar en los libros de cuentas, cortitas, cortitas siempre. Cortitas... y hasta sin sifón.

Los restos de una cubertería vieja o de una vajilla diezmada, sustituida ya en casa por otra más nueva y con todos sus detalles, en la Cochera son el vehículo inmejorable para un buen comadreo de vecinas de barrio antiguo, al calor de un cafelito con pastas, en las tardes de costura o de manualidades. O la alegría de estar, un mes más, juntos y junto a Ella, tras la Sabatina de primero de mes, cuando la mesa de los Cabildos se llena de viandas, cada una llegada de un rincón de la feligresía sentimental de la Hermandad, de adentro y afuera de La Gavidia.

¡A ver quién es el guapo que puede igualar más de cuatro platos, cuatro cubiertos o cuatro trapos de cocina!.

Pero... ¿qué digo?: Estamos a menos de una calle de la Alameda de Hércules, somos hijos del Sueño de un loco bohemio -¡el sobrino de Don Juan Tenorio!- y entre nuestras glorias pasadas destacan dos famosísimos, nobilísimos, excelentísimos... maestros de baile de  la academia del barrio. En la mezcla está la pureza, hermano... La fusión es riqueza, y además es la única riqueza de la que podemos disfrutar los pobres, así que al que no le vaya el tema o busque algo más encopetado, Manolito León está en la calle de atrás.

Así, la Cochera es... mucho más que una cochera. Es donde cada Abril se enciende la luz de la barquita de plata que pasea a la Señora por su barrio cada Mayo, poco a poco, paso a paso. Donde se devuelven a la vida a los maltrechos candelabros a base de "trapito, 'sepiyito shico' y mucha 'pasiensia'... y vámonos que nos vamos". Y de los doce o trece arañazos de rigor con los trozos machacados de hojarasca, claro está... aunque eso, el tercer Sábado de Mayo, cuando se muere el último rayo de sol vespertino y San Lorenzo regala otro atardecer más, con Ella en la calle y las cuatro luminarias encendidas a plena salve de cera, ya no cuenta.

Donde han ido tomando forma, puntada a puntada, sayas, mantos, dos o tres pellicas y los faldones del paso.

Donde se nos dijo en su día que el espejo de nuestra esperanza estaba herido, y había que llevarlo a sanar... y desde donde algunos salimos, pudorosamente, casi de puntillas, calle arriba hasta la sacristía de San Antonio, pocos días o pocas horas después de que llegara de nuevo al barrio.

Entre sus paredes proletarias se ha ido haciendo, poco a poco, cada esperanza, cada sueño, cada salida, Rosario, Triduo y Función. Cada conflicto que nos encoje el alma por un espacio de tiempo y de vida, cada desgracia que nos abate, y cada alegría. Todo así... a la antigua usanza: a "manubrio"... o a juego de muñeca, que decía una antigua profesora de la que os escribe.

Todo lo que mueve al corazón de este puñado de pastores... todo. Y también esta aprendiz de pastoreña que, como todo en esta vida, también se va haciendo poco a poco, con vivencias intransferibles y en un lugar concreto: entre San Antonio, San Lorenzo... y la Cochera.

Fijaos que la Cochera, tan chica y tan pobretona como es, sirvió de improvisado almacén de juguetes a sus Majestades de Oriente (pero de Oriente, Oriente... no de Luis Montoto), una Navidad que un colega de Melchor nos dio un toque para que les guardáramos los regalos de Reyes a los niños de Sevilla 2... Que aún me recuerdo con el brazo bueno vendado y el otro sosteniéndole el fixo a Mercedes, para envolver cada presente y ponerle el nombre y la edad de su futuro destinatario. Que luego fuimos a entregárselos a la cárcel, ¿os acordáis?. ¿Y el día que vino el camión de Donantes?. ¿Y cuando Martínez Alcalde nos felicitó por el primor sencillo con que preparamos la Cochera para los actos del Centenario?. ¡Qué annnchos nos quedamos algunos!.

Pequeños pedacitos de historia, de esa historia que no se detiene jamás, pero que deja el regusto de habérsela vivido en quienes estuvieron en disposición de paladearla. Pequeños pedazos de vida que, posiblemente, no quedarán recogidos en ningún libro de actas, sino tan sólo entre los archivos empolvados que, día a día, vamos guardando Gavidia adentro en el alma.

Pues este año, pa' rematar la faena, ¡Un ropero solidario en la Cochera!. ¡Digo!... Martes y Jueves toda la tarde... que está de ropa la Cochera... ¡pues más ropa sale!. La de gente que vendrá por esa calle Santa Ana buscando el portón de la Cochera, con un pellizco en el alma, como tantas veces lo hemos buscado nosotros, los de casa... los de la Cochera... con la que está cayendo y la que nos queda...

Que conoce la Cochera tardes y tardes de trabajo. Alas caídas de más de uno y más de una que, como por instinto, tiraban pa' la Cochera como los elefantes cansados de vivir, que van todos al mismo sitio a dejarse caer. Esperanzas nuevas o renovadas como de golondrina o paloma arrabaleras, que llenan, cada primavera, el mismo nido de vida y alegría reciennacidas. Y más de una ilusión. Y más de un llanto. Y más de una trifulca... ¡seguro!.

Y más de lo mismo: un puñado de almas intentando navegar en las aguas revueltas de un mundo que fuera es hostil, y dentro ajustado.

Ya ves... para ser una triste y común -que no vulgar- cochera, la de cosas que podría contar nuestra Cochera. Que si la Cochera hablara...

Y sí... sí que he entrado a otras casas de otras hermandades, mucho mejor equipadas, por qué no reconocerlo... Y no niego que me puede, por ejemplo, ese patio de detrás de la Pastora de Santa Marina, donde cada Septiembre me voy a despetalar ilusiones viejas y nuevas, para verlas llover hasta Ella el Domingo de procesión en la calle Divina Pastora, esquina con González Cuadrado.

Pero como la Cochera... No, qué va... Como la Cochera ninguna. A todas las demás les falta algo que, invariablemente, encuentro en la Cochera. A todas.

... Y es que como en la Casa de uno...

domingo, 4 de marzo de 2012

Eternidades

No dejes ir un día,
sin cojerle un secreto, grande o breve.
Sea tu vida alerta
descubrimiento cotidiano.
Por cada miga de pan duro
que te dé Dios, tú dale
el diamante más fresco de tu alma.

----ooo----

Tira la piedra de hoy,
olvida y duerme. Si es luz,
mañana la encontrarás,
ante la aurora, hecha sol.



Cada vez que voy a la fuente, está el agua más clara y más limpia... y te quita más la sed... y te hace el alma, cada vez más vieja, más nueva. Cada vez que leo esto... me parece que está escrito de manera diferente... como si me fuera siguiendo las ondas del alma... y cada vez, irremediablemente, me puede más.

Hoy necesitaba leer estas dos... He cogido el libro y, al leerlas, las he querido compartir con vosotros. A lo mejor a alguno/a de ustedes os sientan tan bien como a esta servidora.

Escuchen... escuchen con los ojos, más que lean...


Eternidades...  

... Juan Ramón Jiménez.

sábado, 3 de marzo de 2012

Una voluntad de hierro

Desde hacía años era algo más que un capricho, y el día que la vi en Gómez del Moral intuí que, tarde o temprano, sería mía. Si no ella... una hermana gemela suya.

Era una bicicleta de las de toda la vida, con su luz, su cestita y su muelle sobre la rueda de detrás para enganchar una de esas carpetas de cartón azul de toda la vida. Una bici de las de antes, vamos.

No era BH, ni Orbea... ni de ninguna otra marca que me resultara conocida, ni tenía dibujadas florecitas, ni el diseño era de esos pastelosos tipo "Sara Kay". Pero iba bien conmigo: la cesta era grande como para que cupiera el maletón que casi siempre me acompaña, el sillín como el de mi BH de hace treinta años (no de estos modernos que se te clavan en todos lados), el manillar el de toda la vida... y para colmo era alamedosa, como yo, color Alameda de Hércules y recién montada en la calle Calatrava, al borde mismo del paseo y a dos pasos de San Lorenzo, de San Vicente y de San Antonio.

No la reservé en el momento. Quería ver otras bicis por otro lado... aunque, de mí pa tí, ya había hecho la elección.

Iba a estar en casa el día 6 de Enero. Era mi único regalo de Reyes. Una bici... es una bici. Pero Sus Majestades tardaron algo más, porque se agotaron en la tienda minutos antes de que llamara para reservarla.

El trece de Enero pasado, Viernes, tocaba pastoreo en la calle Santa Ana, muy cerquita de La Alameda. En mi casa de Hermandad de la Pastora de San Antonio se celebraba Cabildo de Elecciones a Hermano Mayor y Junta. Servidora había pedido relevo de la mesa en la que intentaba ayudar un poco para estirar un poco las piernas y hacer una llamada a la Fuente de las Palomas, que como mis paisanos saben está en la otra punta de la ciudad, y decirle a mi gente que no me esperaran despiertos, que me quedaba para rato en San Lorenzo, que no se asustaran y que ya llegaría. Que el Viernes es sagrado y si hay pastoreo en San Lorenzo, más.

En el teléfono, silenciado -como mandan los cánones en esas ocasiones- había una llamada perdida de un número que no identifiqué en principio. Llamé. Eran como las ocho de la noche. Mi bicicleta ya había llegado a Gómez del Moral. Estaba allí... a dos pasos de la calle Santa Ana, en la Alameda de Hércules, en el catorce de la calle Calatrava. La tenían que tunear un poquillo para poder llevármela al Aljarafe y para esa cueste"cita" tan mona que hay a la salida del paseo Marqués de Contadero... que tiene migas la cuestecita... así que, aunque me podía la curiosidad y estaba a dos pasos, mi bici -ahora sí: MI bici- se quedó allí hasta el siguiente Miércoles.

A partir de entonces, sé lo que es ir por Sevilla sobre ruedas. Sobre ruedas propias... sin el incordio de tener que revisar bicicleta por bicicleta de las de SEVICI hasta encontrar -cuando las encontraba- alguna que no estuviera rota, sin tener que parar cada dos por tres para anclar y desanclar "la borrica"... sin tener que ir sin frenos, sin luces o con el sillín en tenguerengue.

No es por nada... pero la bici lo aguanta todo. Y es preciosa... color Alameda de Hércules. ¿Os había dicho ya que tiene el mismo color que La Alameda?. Pues tiene el mismísimo color del pavimento del paseo... Y se integra a la perfección con el entorno cuando la dejo aparcada en los bicicleteros que ha puesto el Ayuntamiento a la altura del parquecito de los columpios. Se debe haber aprendido el camino desde la Fuente de las Palomas a la Alameda, pasando por La Gavidia, San Lorenzo, San Vicente, la Placita de San Antonio y la calle Santa Ana, porque cuando tiro para allá parece que va sola... y cuando quiero tirar para otro sitio, casi casi puedo percibir como se rebela: "¡¡Oye... pero a dónde me llevas?!!, ¡¡¿Desde cuándo hemos tirado tú y yo pal barrio del avecrem?!!".

Sin embargo, en la calle Fresa, por más que está al lado justo de Calatrava, lindando con el paseo casi, debía de parecer demasiado clara, más en la oscuridad de la noche... Demasiado clara, demasiado nueva... con cestita, con luces... Demasiado para el body de un colgao que pasó por allí el pasado Miércoles, no con muy buenas intenciones, como de las nueve y cinco que salí de la clase de Manuel Imán, en La Caja Negra, a las once y pico que debí regresar de tomarme con los compañeros mi tapa de "pollo barnizao" en El Pimiento. Al menos eso es lo que dijeron los dos agentes que me vinieron a socorrer desde la comisaría cuando vieron la barra antirrobos hecha un Cristo... que más parecía una cucharilla de las de Uri Gueler que una barra de acero galvanizado.

El caso es que cuando entré al callejón, vi a un individuo que no me dio del todo confianza cerca del bicicletero, que en principio estimé vendría buscando escombros o chatarra de la obra de atrás. "Uffff... ándate con cuidado con éste", me dije.

Cuando llegué, vi que en la mano llevaba un serrucho. Cuando me vio se marchó, con parsimonia, casi al mismo tiempo de que yo comprobara que la "chatarra" que andaba buscando no estaba precisamente en la obra... 

Casi me dio un síncope. En ese momento pensé volver corriendo al Pimiento, a buscar a alguno de los compañeros... pero... ¿cómo iba a dejar allí la bicicleta, con la barra medio rota y mi amigo el del serrucho a la vuelta de la esquina?. Pensé en salir corriendo... meter la llave y salir corriendo con la bici... pero... ¿y si el nota me está esperando en la boca de la calle?. En ese momento, de verdad que no sabes qué hacer. La impotencia más castrante, el miedo, la sensación de desamparo, de "me ha tocado a mí".... son aplastantes.

Como pude, desde el callejón llamé a dos o tres transeuntes que pasaban justo por la boca de la calle, por Calatrava en dirección Barqueta. No sabía qué decirles... No coordinaba. Ellos se asustaron quizá más que yo, pues la expresión que yo entonces debía de tener bien podría compararse a la de cualquier colgado de los que roban bicicletas o atracan a quien se le pone a tiro en cualquier callejón.

"Miren ustedes... ¿pueden venir?... ¿pueden acercarse?... Por favor, ¿pueden ustedes venir?". Como pude, en un ramalazo de coordinación, de la poca coordinación que me quedaba, logré decir: "Me han forzado la bici". Después, ya en compañía, me debí tranquilizar un poco, al menos para explicarles que lo que quería era que me acompañaran hasta la esquina de Vib Arragel porque me daba miedo salir sola con la bici, vistas las circunstancias, hasta la Barqueta.

En presencia de mis primeros ángeles de la guarda, metí, con la mano temblando, la llave en la cerradura de la "u". Bueno... de la "u" que para entonces me la habían dejado hecha una "uve doble mal garabateá". La llave no entró. Ni con mi pulso tembloroso ni con el de uno de mis axiliadores, más sereno. La barra había sido de tal manera forzada que no funcionaba la cerradura. Desconozco con qué y cómo lo hicieron... pero daba miedo ver el estado en que había quedado. Y era acero macizo. 

Mi desorientación en aquellos momentos era mayúscula. Ni sabía lo que hacer ni tenía asiento para hacer nada... Fueron estas tres personas las que me acompañaron a la rampa de la Comisaría de policía de la Alameda, y allí ya, como pude, le dije al primer agente que me encontré, pisándome la lengua de pura desesperación: "Que m'han intentao robá la bicicleta ahí en la calle 'Freza', que no la puedo zacá, que'r tío ejhtá por ahí merodeando a ve zi pué vorvbé a terminá de romperme la cadena y llevarzela der tó".

Tengo que agradecer el trato recibido por la Policía, que en todo momento me trató, más que bien, mejor. En seguida dos agentes en moto se dirigieron conmigo al lugar de los hechos, viendo el estropicio que habían hecho con mi bici y con el amarre antirrobo, que verdaderamente había cumplido bien su trabajo.

Una hora y algo se pasaron dos agentes primero, que luego fueron auxiliados por otros dos más, intentando terminar de romper la barra para poder sacar la bicicleta del bicicletero de la calle Fresa. Una hora y algo, casi una hora y media quizá... sin explicarse cómo el "choro", que así es como ellos llaman coloquialmente a esos amantes de lo ajeno que, amparados por una justicia que es de todo menos eso: JUSTICIA, cada vez proliferan más en nuestra ciudad, había podido doblar aquello que parecía ser lo más duro del mundo.

"¿Dónde te has comprado la cadena, hija?", me decían. "Pues donde te la hayas comprado... cómprate una igual, no lo dudes". Aquello no cedía con nada, ni con esa especie de alicates gigantes que según me dijeron intervinieron a otro "choro", ni con un martillo y un cincel... Incluso llegaron a dudar que fuera posible serrarlo con un serrucho. A estas de hoy, Sábado 4 de Marzo, le debo el tener bici aún a la calidad de la barra antirrobos que me vendieron en Gómez del Moral el día que me llevé la bicicleta. Lo digo por si alguno por ahí tiene la burra amarrada a las pitones esas antiguas... que sepan que si pasa el chorizo de turno con ganas de fiesta eso se lo meriendan en segundos, según me contaban los policías.

Después de hora y media casi de trabajo, y de poner buen humor al asunto para que me tranquilizara un poco, entre los cuatro agentes lograron romper del todo la barra, y sacar la bici de la calle Fresa, ante el alivio del camión de la basura, que tuvo que esperar lo suyo también, y el alivio -a medias- mío, que todavía no había entrado en mí. Tal y como la sacaron, volvimos a la comisaría, pusimos el sillín en su sitio y, escoltada por los dos agentes que me atendieron, volví pedaleando hasta la Fuente de las Palomas. No sé cuánto hay medido en pedaladas, pero un trecho importante. Eran más de la una y media de la noche. Yo me levanto todas las mañanas a las cinco y media de la madrugada para ir a trabajar. Estaba temblona... tanto que se me iba la bici. Si apenas tenía equilibrio para mantenerme depié, ¿cómo iba a mantenerme en la bici?.

La bici, como no tenía cadena para amarrarla, he tenido que subirla a mi piso. Ahí está, toda magullada, llena de rasguños y arañazos... los que el "choro" le debió hacer intentando birlármela y los que los agentes tuvieron que propinarle intentando salvarla de las garras del "choro", que con más probabilidad de la deseable seguro hubiera vuelto a terminar su trabajo... Ahí la tengo, en la entrada, quieta...

Le he comprado otra "u", no igual, sino mejor. Se la compré ayer en Gómez del Moral, en la Alameda. Pero resulta que es tan buena la "u" y tiene tanto predicamento que hay que registrarla por Internet y todo, con la marca de la bicicleta, el modelo, el distribuidor... ¡Y yo no sé el modelo de mi bicicleta y la marca!. Así que, hasta el Lunes que vuelva a abrir Gómez del Moral y pregunte... no la saco. Que hay muchos "choros" por ahí y me hace mucha falta mi bici. Que de la Fuente de las Palomas a la Alameda de Hércules, a San Lorenzo, a San Antonio y a la calle San Vicente hay hora y media en TUSSAM, cerca de los diez leros en taxi (cuando no más) y una auténtica aventura en SEVICI.

Y hay que ver... que hoy estoy aquí, totalmente echa un ocho... parecido al estado en que quedó la antigua barra que salvó a mi bici... sin querer salir a ningún sitio... Con el cuerpo todavía temblón y una indignación que se podría cortar... con el serrucho de mi amigo el de la Alameda de Hércules... sin ganas de nada... y sin poder sacar la bici.

Y me llama una hermana de la Hermandad, que también es "del extrangero" (vamos... que las dos vivimos más p'allá de la Plaza de La Gavidia), y me dice que le cuesta ir a la Hermandad viviendo tan lejos. Que yo, que aún viviendo en la Fuente de las Palomas, voy cada semana hasta allá, hasta San Lorenzo, voy porque tengo una voluntad de hierro.

Sí, señora... cierto. Yo tengo una voluntad de hierro... que me lleva casi todos los días a San Lorenzo, a La Alameda... A la calle San Vicente o la Plaza de La Gavidia. Una voluntad de hierro... sí... Pero hoy la tengo en casa, magullada, arañada toda y seguramente con el susto en el cuerpo (porque seguramente hasta siente y todo). En su cuerpo de hierro, color Alameda de Hércules.

La otra, la que tenía desde antes de las elecciones de la Pastora... que también es color Alameda de Hércules, y de vez en cuando me llama a perderme Gavidia adentro... no sé si es de hierro... pero desde hace tres días está también magullada, arañada toda... echa un ocho... asustada e indignada.