miércoles, 23 de noviembre de 2011

Palabras tuyas

Ehh, tú... Quiero, amigo, que sepas algo:


Que hace tiempo caí y no me he conseguido levantar aún.

Que las esperanzas son frágiles, y a veces no mojan más allá de la piel encallecida de los corazones rotos.

Que necesito agua a cada instante. Que tengo Sed, mucha Sed, y no me calman mil manantiales serenos.

Que quiero tirar para adelante, volver a empezar, ser al fin... y siempre quedo varada en el mismo sitio.

Que soy como perrillo flaco, que no es que todo se le vuelvan pulgas, pero todas las pulgas lo atacan.

Que quiero levantarme y andar ahora que puedo hacer camino... pero no tengo valor para sentir las piedras clavadas en mis pies amoratados.

Que no quiero darle la razón que no tienen a los que baticinaron que fracasaría por mi propio pie, y sé que estoy haciendo oposiciones.

Que quiero seguir... avanzar... mejorar... centrarme... estar a la altura, y me enzarzo en mil y una aventuras sin importancia que me evanden de lo Único, de la piedra fundamental.

Que quiero apurar como siempre el vaso del sacrificio que se hace por amor, y me faltan agallas para hacerlo como siempre lo hice.

Que quiero sentir el yugo dulce del trabajo en mis espaldas, calando y traspasando hasta el último codo de mi historia... y sin embargo, hoy, vagueo de nuevo.

Que sé que no siempre fui así, que solamente caí y no me pude aún levantar. Que me pesan el alma y el cuerpo. Que quiero ser y no puedo, y acaso nadie se da cuenta.



... Que no puedo con el alma, y tal vez sólo una palabra tuya bastaría para sanarme.

sábado, 19 de noviembre de 2011

A las siete y cuarto



Y yo que siempre solía decir que iba con la hora justa, la exacta... Justo por el reloj de la torre de San Lorenzo. Yo que fijaba el meridiano del mundo donde se asienta el de mi propio universo... Y le ha dado por pararse a las siete y cuarto.

Y digo yo... Si San Lorenzo es el corazón de Sevilla, y el reloj en la torre marcaba los pulsos del corazón de San Lorenzo... ¿Qué va a ser ahora de la ciudad entera?. ¿Se ha parado el tiempo en Sevilla?. ¿O sólo en San Lorenzo?. ¿Se habrá quedado Sevilla sin corazón?. ¿Y los lubricanes?. ¿Quién sabe ahora cuánto duran los lubricanes?. ¿Qué compás han de seguir los atardeceres, Otoños presurosos de cada día?.

Y no sé si es el golpe de calendario, o fue el mini-incendio de La Bofetá de hace unos meses... o simplemente un punto de cordura sobre la "i" de este mundo loco, que siempre va corriendo y corre a ninguna parte.

Sólo sé que desde hace tiempo, no sé muy bien cuánto, cada vez que miro al cielo, la Mora Cristiana marca, impertérrita, irremediable, las siete y cuarto.

Yo también quisiera, vieja torre, alminar de la tarde, detenerme un momento en el tiempo, dejar correr a la gente a mi alrededor, escapar del Siglo y de los siglos, y del tiempo todo. Te miro, pues, y no sé si se me inunda el alma de nostalgia o de deseo, de pena o de cierta envidia.

Deseo de escapar para quedarme, de volar lejos para llegar a estar cerca, de parar para no sentir esta inútil sensación de tiempo huero, ajeno, alienado. Nostalgia de miradas hacia el cielo, partido por dos mitades desde la mitad de Cardenal Espínola, un poco más allá de las Capuchinas. Envidia de quien puede volverse ajeno al tiempo que desconoce, que ya no reconoce ni le afecta. Y pena... pena de tiempo muerto, el tuyo y el mío: el tuyo porque paró, el mío porque ya no me pertenece.

Y te miro, detenido el tiempo entre tus manos -entre tus manillas, digo- y quisiera detener el tiempo de los de abajo, transeúntes de la Plaza... De la vida.

Y me dicen los que saben que tengo la cabeza a las tres de la tarde.

No... La tengo justa, exactamente, a las siete y cuarto.