domingo, 4 de diciembre de 2011

Nazareno







           Un hombre joven, apenas un hombre, cargado con el peso inefable de la muerte sobre sus hombros. La espalda encorvada. La cara, sencillamente humilde, transida de cansancio. Cansancio de alma y cuerpo, como animal viejo, hambriento de esperanzas, de pan y de caricias. La mirada, baja, al hombre que se acerca y ensimisma en tus ojos su pena, mucho mayor de la que deja entrever tu semblante.
            Se acercan y lloran. Todo el mundo llora. Yo no puedo llorar, aunque he perdido, o tal vez sólo extraviado, lo que más quería. Incomprensible calma. Tormento del no tormento, cuando el alma se niega a seguir viviendo, a seguir sintiendo, a manchar el lienzo de la vida con los colores del sentir de cada hora. ¡Apiádate de mí, Nazareno!.
            Dos esquinas. Tras ellas, cuatro bancas escondidas del mundo y del siglo. Cuatro bancas para echar un rato con el que escucha, con el que está, con el que siempre permanece. No eres el Gran Poder, pero desde nuestra vez primera me llamas con un incontenible poder de reclamo, una fuerza como de imán, que me hace, siempre que piso cerca, volver hasta tu presencia.
            En la calle, la algarabía populosa de la mañana de un Sábado de Diciembre. Todo se mueve. Todo se agita en esta ciudad extraña, que ya de por sí me parece estresante, árida, color gris marengo.
            Sin embargo, Tú.
            Te miro, tu rostro iluminado por un oportuno haz de luz tenue entre la penumbra blanqueada de la parroquia. Se me olvida que estoy perdida, en la mitad de la nada. El tiempo para, se deshace, se diluye y se pierde, como si fuera de humo.
            De repente, suenan estruendos que vienen de fuera. Escribo. De vez en cuando miro… Te miro.
            Y pienso que me gustaría ser pintor, como aquel poeta. Poder llevarme a mi lugar tu rostro, pero impregnado, bendecido, de la entera sensibilidad del instante. Y como no puedo, escribo… escribo.
            Mañana, o tal vez esta misma tarde, estaré de nuevo en mi tierra, Nazareno, y probablemente pronto no recuerde tu semblante, tu mirada, tu misma esencia, desgranada hoy ante mis ojos. Serás tan sólo una cita que te nombre en el cuaderno de notas de mi vida. Una cita sin rostro, sin tiempo, sin tierra…
            Pero hoy, ahora, quiero embeberme en tu centro, en ti, en la dulzura de tu mirada. Pedirte, hablarte, Hablar… y dejar al mundo en el siglo para tornar a creer que si tú quieres, volveré a ser, como Ave Fénix, de entre las cenizas de mi propio ser.

2 comentarios:

  1. Me escribe el poeta Vélez Nieto para decirme que el lunes que viene debe salir tu colaboración en http://www.calle-ficción.debatepress.com Su correo es veleznieto@telefonica.net Te escribo aquí porque no sé tu correo. Saludos.

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  2. OK. Revise en breve su correo porque yo creo que sí lo tengo de una ocasión en que me escribió. Se lo paso. Muchas gracias, de nuevo, por todo.

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