domingo, 6 de marzo de 2011

CAMPANAS DE SAN ANTONIO. A mi Pastora de San Lorenzo y su muhecín franciscano


Campanas… Campanas…

            Ese sonido de las campanas me llama poderosamente, más que cualquier otro.

            Si alguien preguntase a cualquier cofrade al uso cuál es el sonido que más le evoca a su cofradía, casi de seguro contestaría que es el sonido de una marcha, el rachear de las zapatillas de una cuadrilla de costaleros, o el crepitar de un cirio consumiéndose al borde de la madrugada.

            A mí, sin embargo, me embargan el alma las campanas.

            Se me hace que son como los antiguos muecines de los musulmanes de Al-Andalus, llamando a oración desde el culmen de una torre, muy cerca del Cielo, a parroquianos, extraños y transeúntes. Los cristianos no tenemos muecín... Pero tenemos Campanas.

            Y cada campana suena distinta, se podría llamar con distinto nombre y habla en un idioma diferente... un idioma que sólo sabe entender y diferenciar el que lo lleva grabado en la retina de esos recuerdos que, quizá porque no se ven, se instalan muy lentamente, pero con inusitadas raíces, en el alma.

Es curioso... que a menudo nos parece que todas las campanas suenan igual. Todas... menos la nuestra. Esa, la podríamos diferenciar a kilómetros de distancia, y resulta inconfundible a nuestros oídos. Y a nuestros recuerdos. Y en no pocas ocasiones, a esa necesidad nuestra de encontrar abiertas las puertas del Paraíso, entre las penumbras -que a veces son sombras ennegrecidas de espanto o indiferencia- de cada día. Ese Paraíso que algunos llamamos Esperanza, otros Luz, otros Amor... o Pastora, o Rosario... o Dolores... O tal vez, como la de nuestra entraña, Soledad. ¡Y cada campana nos nombra a cada uno por nuestro nombre y advocación!.

            Las mías, mis campanas, son las del Convento de San Antonio de Sevilla, la casa de mi Pastora de San Lorenzo. Mi casa.

            Repican desde dos pequeñas atalayas perdidas entre mil atalayas, campanarios, campaniles, espadañas... entre San Lorenzo y el río.

            ¿Tendrá campanas el barrio de San Lorenzo?... San Antonio, Santa Ana, Santa Rosalía, Mercedarias, Reparadoras... La del Señor... San Lorenzo... Es seguro que el inventario está incompleto. A cualquier hora del día puedes escuchar una campana que, en su letanía cansada de bronce y brisa, anuncia algo al viento. Los lorentinos las conocen todas.

Yo... que nací y me crié de Gavidia para afuera... sólo he aprendido el Dialecto de las Atalayas, el de las campanas de mi convento de San Antonio... las que vuelan para mi Pastora en Mayo, para la Palma, entre Marzo y Abril, y en Junio para el Santo. A veces... sólo a veces... entre líneas alcanzo a inteligir el discurso de un oso panza arriba que suena sobre la torre mora y cristiana de la "catedral" del barrio... Pero sólo a veces.

Y curiosamente, esas campanitas mías de San Antonio tocan en un melismático acento, siempre a compás descompasado... como un niño imprevisible cantando una cancioncilla dulce, a media voz... Como el canto de un jilguero, irregular, asilvestrado... pero tan sensible al oído de quien lo espera o, de quien, sin esperarlo, lo descubre entre los silencios largos de las penumbras decimonónicas lorentinas, blanqueando con su jueguecillo alegre el crepúsculo eterno del crisol donde se funden todos los atardeceres de Sevilla.

Se diría que no han aprendido aún a tocar a misa. Pero cómo repican a Gloria para anunciar que Mayo sale a pasear por el Barrio... Cómo aprendieron la partitura sublime de aquel barquito de flores camino del carril del Cielo, que es la Calle Guadalquivir, o buscando el mar de la Plaza... siempre haciéndole compás a la misma marcha, año tras año, Mayo tras Mayo.

Yo os he escuchado repicar de Miércoles Santo, de Rosario de nardos y campanilleros, de Función Principal, de pujante primavera un Sábado del Mes de Mayo... Y de diario, cuando al percibir la cardelina de cristal de vuestro sonido en el aire adormecido de San Lorenzo, sabía que ya estaba abierta la puerta del Convento. Que durante un instante en el tiempo podía acercarme a Ella acercándome, como en vuelo de palomas, al eco de vuestro imposible melisma. Solían ser las ocho. La misa empezaba a las ocho y media. Era tiempo de dulzura, de silencio entretejido con Avemarías y misterios musitados por matronas de cabello blanco y misa diaria. De Embeleso de los Cielos, Consagración Calasancia y Letanía Pastoreña, ante un altar puerilmente engalanado de margaritas o siemprevivas, sufrida y humilde flor de diario.

Y Se me hace, ¡ay campanitas mías!, que se os hace más fácil lo difícil... y más difícil lo fácil. Que en vuestra sencillez franciscana, sabéis repicar a Gloria... pero no tocar a misa.



Campanas de San Antonio:
no sabéis tocar a misa.
Sabéis repicar a Gloria
cuando la Madre más niña,
río manso, barrio abajo,
pinta surcos de mantilla.
Sabéis coronar rosarios
con vibrantes letanías.
Sabéis peinar en el cielo
plegarias de bronce y brisa.
Sabéis jugar con los vientos...
Pero no tocar a misa.

Con la octava de la tarde
-lienzo de melancolía-
la claridad desvanece
diluida en sombras tibias.
Primer toque en San Lorenzo.
Alcoy. Marqués de
la Mina.
Albo
r de cal. A lo lejos
el Convento y
la Placita.
E
n la Atalaya, un jilguero
de rivera lorentina,
a voz de badajo incierto,
cierra las claras al día.
Dentro, la tarde velada
dibuja en flor a María:
la Palma, gladiolos blancos;
la Pastora, margaritas.
Queda en el altar mayor,
lejana entre lejanías,
una Azucena solloza
lágrimas de aguamarina.
En el altar de la Gloria
todo es luz, todo alegría.
Todo flor, todo primor,
todo belleza sencilla.
Arrebolada en dulzura,
la ternura, que se inclina,
pinta rizos de almidón
a su carita de niña.
Sus manos, jardín del Cielo
la una, la otra caricia,
tejen y destejen blondas
de promesas escondidas.
Cinco misterios no bastan
para decirle "bonita".
Cinco, con sus Padrenuestros
y sus diez Ave Marías.
Pero un rosario son cinco,
y en la atalaya, cautiva,
otra campana echa al viento
su canción de bronce antigua.
Embeleso de los Cielos,
Consagración, Letanía...
Susurro sordo de cuentas.
Rosario pobre de esquinas.
En un rincón, titilando,
cuatro suspiros crepitan:
Cuatro angelillos de cera
lloran cera derretida.
Tercer toque: altar y atrio.
Placita. Curtidurías.
San Lorenzo, tras mis pasos,
se enciende por
La Gavidia.
Perdid
a ya San Vicente,
se oculta el sol, que declina
pintando panes de fuego
al cielo, mantel de misa.

Mañana, a la misma hora,
cuando esté muriendo el día,
tal vez, me encuentre muy lejos
de las puertas de Sevilla.
Y al oír de otra campana
su llanto dulce de esquila
jugará con mis memorias
vuestro imperfecto melisma.
Y ebria de azucenas blancas,
de promesas encendidas,
de letanías pastoreñas,
de rivera, Palma y brisa,
quizá, cerrando los ojos
y entre memorias, repita:

"Campanas de San Antonio,
de San Lorenzo vigías:
Sabéis repicar a Gloria.
... Pero no tocar a misa".

No hay comentarios:

Publicar un comentario