martes, 29 de marzo de 2011

Sombra y son

Hoy, aunque hace poco entró la Primavera, tengo el alma llena de Otoño. Y cuando tengo el alma llena de Otoño, el alma se me va buscando su igual por las calles de Sevilla, para encontrar su sitio.


Hay un lugar en Sevilla donde todo el año es Otoño. Bueno... todo el año no. El tercer Sábado de Mayo la Primavera, plena de flores y con destelleos de plata, se apodera del lugar... Qué milagro de primor infinito... Qué dulzura de Primavera sobre Otoño la de aquel Sábado...


Pero el resto del año, todo el año, en mayor o menor medida, a veces por la climatología, la mayor parte de las veces por el propio estado del alma del transeunte, es Otoño. Otoño sombrío a veces. Dulce y cálido Otoño otras.


El Otoño de aquel lugar no es un Otoño cualquiera. No en vano, allí se fabrican y funden todos los lubricanes de la ciudad, que son como pequeños Otoños diarios, como el Otoño de cada día. A veces el Otoño suena allí como una viola en el alma. Otras como un violonchelo, derramando sus notas profundamente, calando hasta los tuétanos de los huesos. Otras, si estás atento, puedes escuchar desde una ventana o un balcón, el eco lejano de un piano que no se ve, pero se intuye. Todo es según le dé a un viejo que se sienta cada tarde en la Plaza a hacer lubricanes con hilos de luz naranja y a tornasolar el pecho de las palomas zuritas con sombras y luces violáceas, mientras las agasaja y les echa de comer mijitas de pan candente.


Fíjate si tiene arte el viejo, que hasta la Plaza lleva su nombre...


Pero otras veces, cuando el viejo también tiene el alma llena de Otoño, o cuando se le inunda de Primavera el tercer Sábado de Mayo, en aquel lugar sólo suena una campana. Un oso panza arriba gruñendo desde la torre de la Iglesia, verdadera Catedral de un País en Eterno Otoño.

Suena... y cuando suena, te llama, hablándote de cosas que crees que nadie sabe... tan sólo tú... y ella. Te empapa, te cala, te llega hasta lo más profundo del alma, más que cualquier otro instrumento que se haya inventado o que inventarse pudiere de aquí en adelante.


Esa torre, al contrario que la Giralda, nació cristinana, pero parece mora. Que yo sepa, sus campanas no tienen nombre, como cada una de las de su hermana primogéita de la Plaza Virgen de Los Reyes. Tampoco es tan esbelta como ella. Pero te habla al alma, al fondo del alma, cuando tu alma está entre penumbras, llena de Otoño.

Parte el cielo de su País en dos mitades, imponiéndose al firmamento altiva, como una fortaleza inquebrantable. Pero al darle el sol en el viejo lomo, cubre al barrio con su sombra protectora, y te hace sentir seguro, porque sabes que nada escapa a su tutela.




Yo no digo que tú seas la mejor del mundo;
la más alta, la más bella ni la más gallarda.
Pero suenas y me llamas a sombras profundas
que guardo en el alma.

Cuando el alba se compone en Santa Rosalía,
-celosía centenaria: cielo, nube y rama-
tu figura incontenible de mora y cristiana.
Sombra y son. Torre y campana.

La Gavidia es la frontera del Eterno Otoño,
de las sombras de Sevilla, de las tardes largas,
de los soles que se mueren siempre en San Lorenzo,
de sonoros muecines que al romper al cielo
son moras cristianas.
Sombra y son. Torre y campana.

Yo no digo que tú seas la mejor del mundo;
la más alta, la más bella ni la más gallarda.
Yo te busco porque sabes de sombras profundas
que oculta mi alma.



Lo siento... pero hoy tengo el alma llena de Otoño.

1 comentario:

  1. Vino la Primavera cargada del dorado del Otoño en un Verano incandescente recubierto por las lágrimas dulzonas del Invierno... ¡Y aún estás aquí!... En el zaguán de mi puerta, como en aquella Primavera cargada...

    Siempre es interesante leerla, Fuente.

    ResponderEliminar